OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

PERUANICEMOS AL PER�

 

ASPECTOS ECONOMICO-SOCIALES
DEL PROBLEMA SANITARIO*

Las deliberaciones de la Conferencia Sanitaria Pan-americana, confieren la m�s viva actualidad al tema de la sanidad p�blica. El problema sanitario, por sus relacio�nes con sus m�s fundamentales problemas de toda naci�n, ha dejado de constituir un t�pico reservado exclusivamente a los hi�gienistas. No hay hombre de Estado ni programa pol�tico, en nuestra �poca, que no reconozca al factor demogr�fico toda la im�portancia que evidentemente tiene. La pol�tica tiene hoy un sentido mucho m�s vital, un contenido mucho m�s biol�gico que en otros tiempos. Su antigua concepci�n acusaba la preocupaci�n obstinada del h�roe de la �lite; su concepci�n moderna se caracteriza, en cambio, por la preocupaci�n de la masa. A pesar de todos los signos reaccionarios, es evidente que el Estado contempor�neo, aun en los casos en que acaparan su representaci�n personalidades absorbentes y centralizadoras, �como sucede, por ejemplo, en el Estado fascista�, tiene forzosamente que actuar una pol�tica de masas. Este hecho explica mejor que cualquier otro el rango alcanzado por la higiene p�blica en la labor de los gobiernos y el pensamiento de los estadistas.

Pol�ticamente, el socialismo ha incluido de manera decisiva en la nueva valoraci�n del capital humano. El progreso cient�fico en este campo, no ha hecho sino corroborar y ratificar el progreso pol�tico, demostrando la estrecha solidaridad que, pese a la gravitaci�n conservadora y democr�tica de las academias, existe a tal punto que se puede decir que el descubrimiento de la masa no habr�a sido posible sin la afirmaci�n ideol�gica socialista. A partir del momento en que la masa, por su propio impulso, ha entrado en la historia, todas. las actitudes cl�sicas de la inteligencia han ca�do en descr�dito. Y el primer valor de la ciencia ha comenzado a ser su valor social.

Este movimiento encuentra su m�s precisa expresi�n en la pol�tica de los dos estados que m�s antit�ticamente representan la realidad actual: sovietismo y fascismo. El esfuerzo m�s en�rgico y significativo de los Soviets es, incontestablemente, el que persigue el mejoramiento material e intelectual del trabajador. Las m�s originales y revolucionarias instituciones de la asistencia social, corresponden hoy a Rusia, por razones sustancialmente pol�ticas. La transformaci�n de los palacios de invierno de la aristocracia en casas de reposo para los obreros surmenados, ofrece, desde este punto de vista, el ejemplo m�s t�pico, aunque no sea, naturalmente el hecho que mejor expresa la orientaci�n m�dico-social del nuevo Estado, cuya acci�n est� dirigida, ante todo, a la protecci�n de la maternidad y de la infancia. El ni�o, seg�n el gran economista franc�s Charles Guide, es el m�ximo usufructuario de la revoluci�n. El fascismo, por su parte, no obstante su espont�nea inclinaci�n a un sentido rom�ntico de la pol�tica, se ve obligado a admitir tambi�n que la mayor riqueza de Italia, es su capital humano. Mussolini, guiado por su agudo realismo, supera tal vez a todos los estadistas de la Europa capitalista en la apreciaci�n del factor demogr�fico. Su discurso del 26 de mayo anuncia una total revisi�n de la pol�tica italiana en lo que concierne a demograf�a y natalidad. Prevalec�a en Italia hasta hace poco el concepto de que Italia ten�a una natalidad excesiva. Mussolini sostiene lo contrario. A la idea de que los italianos son muchos opone la idea de que, m�s bien, son pocos. "Hablemos claro, �ha dicho propugnando un impuesto a los matrimonios infecundos y otras medidas� �qu� cosa son cuarenta millones de italianos frente a noventa millones de germanos y a doscientos millones de eslavos?" Todas las ambiciones imperialistas del fascismo reclaman una estimaci�n especial del capital humano y de sus posibilidades de crecimiento. El so�ado imperio no es posible sin una ancha base demogr�fica. Y el n�mero no basta. La superioridad biol�gica de una naci�n tiene que medirse cuantitativa y cualita�tivamente.

En el Per�, se constata una comprensi�n cada vez m�s amplia del problema sanitario. Venciendo las resistencias defensi�vas del conservantismo y la rutina de nuestras "clases ilustradas", los higienistas avanzan visiblemente en la faena de formar "conciencia sanitaria", como suele decirse. Conceptos e instituciones modernas de asistencia social, comienzan a adquirir entre nosotros carta de ciudadan�a. Pero, l�gicamente, la propaganda y el estudio de los higienistas se sit�a en un plano espec�fico y t�cnico. Y, lo mismo que el problema de la instrucci�n, el problema de la sanidad necesita ser examinado en sus relaciones con el medio econ�mico-social. De otro modo, es imposible llegar a su esclarecimiento integral.

En esta labor, que escapa a la �rbita particular de los t�cnicos de la Higiene P�blica, nos toca participar a todos los que nos ocupamos, con objetivos de interpretaci�n profunda e �ntima, de los problemas nacionales.

Cabe, por ejemplo, se�alar la influencia que tienen en la cuesti�n de la salubridad rural la supervivencia del viejo r�gimen y esp�ritu latifundistas. El hacendado colonial de antiguo tipo, ha heredado de sus abuelos un criterio feudal, casi esclavista, en abierto conflicto con la valoraci�n moderna del capital humano. La mentalidad del "negrero" no se sinti� condenada por la abolici�n de la esclavitud, dado que se le ofreci� la oportunidad y los medios de subsistir al autorizarse el comercio de cool�es. Por el bienestar del bracero aborigen, proveniente en gran parte de la sierra, esto es de regiones donde impera a�n la servidumbre, el latifundista no manifiesta hoy un inter�s mayor que anta�o por el bienestar del negro o del chino. Las rancher�as infectas, el bajo tenor de vida del bracero y su familia, el rigor de un trabajo sobre el cual no se ejerce todav�a ning�n contralor, as� lo de muestran. Los documentos oficiales revelan que a pesar de la reiteradas y celosas instancias de la Direcci�n de Salubridad, son muy pocas las haciendas en las cuales se obedece las disposiciones de ley contra el paludismo. Y es que la sanidad tiene que triunfar no s�lo de la natural tendencia de las empresas. a obtener los mayores rendi�mientos con los menores gastos, sino tambi�n del esp�ritu del se�or feudal reacio a considerar al bracero humilde como a un hombre con derecho a un racional e higi�nico tenor de vida.

Si los m�s apremiantes problemas de la salubridad de la costa, son el de la bub�nica y el del paludismo, resulta excepcionalmente grave esta resistencia del latifundio a cooperar con las autoridades sanitarias en la protecci�n eficaz de la salud de los trabajadores. Poco se avanza con extirpar la peste de las ciudades, mientras subsisten sus focos rurales. Parece averiguado que las apariciones violentas de la bub�nica en los centros urbanos de la costa se deben, generalmente, a enfermos provenientes del campo.

La eficacia de la acci�n m�dico-social en la sierra, no se presenta menos vinculada a la modificaci�n de las condiciones econ�mico-sociales ah� subsistentes. Sabemos bien que la miseria y la ignorancia del indio, dependen, ante todo, de su servidumbre. Y que el higienista, como el educador, no pueden, por ende, cumplir plenamente su misi�n, en tanto que les toque chocar con este factor de depresi�n y embrutecimiento.

 

 


 

NOTA:

 

* Publicado en Mundial, Lima, 4 de noviembre de 1927.