OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

PERUANICEMOS AL PER�

 

"LA CASA DE CART�N"

POR MART�N AD�N* 

De la publicaci�n de este libro soy un poco responsable; pero como todas mis res�ponsabilidades acepto y asumo �sta sin re�servas. Amanecida en una carpeta de esco�lar, esta novela se asom� por primera vez al p�blico desde las ventanas de Amauta, tres anchos trapecios inkaicos como los de Tamputocco, de donde est�n mensurando el porvenir los que ma�ana partir�n a su conquista. Mart�n Ad�n no es propiamente vanguardista, no es revolucionario, no es indigenista. Es un personaje inventado por �l mismo, de cuyo nacimiento he dado fe. pero de cuya existencia no tenemos todav�a m�s pruebas que sus escritos. El autor de Ram�n es posterior a su caricatura, contra toda ley biol�gica y contra toda ley l�gica de causa y efecto. Las cuartillas de la novela estaban escritas mucho antes de que la necesidad de darles un autor produjese esa conciliaci�n entre el G�nesis y Darwin que su nombre intenta (Constitu�an una literatura adolescente y clandestina, parad�jicamente albergado en el regazo id�lico de la Acci�n Social de la Juventud). M�s a�n, por humorismo Mart�n Ad�n se dice reaccionario, clerical y civilista. Pero su herej�a evidente, su escepticismo contumaz, lo contradicen. El reaccionario es siempre apasionado. El escepticismo es ahora demoburgu�s, como fue aristocr�tico cuando la burgues�a era creyente y la aristocracia enciclopedista y volteriana. Si el civilismo no es ya capaz sino de herej�a, quiere decir que no es capaz de reacci�n. Y yo creo que la herej�a de Mart�n Ad�n tiene este alcance; y por esto, me he apresurado a registrarla como un signo, Mart�n Ad�n no se preocupa, sin duda, de los factores pol�ticos que, sin que lo sepa, deciden su literatura. He aqu�, sin embargo, una novela que no habr�a sido posible antes del experimento billinghurista, de la insurrecci�n "col�nida" de la decadencia del civilismo, de la revoluci�n del 4 de julio y de las obras de la Foundati�n. No me refiero a la t�cnica, al estilo, sino al asunto, al contenido. Un joven de gran familia, mesurado, inteligente, cartesiano, razonable como Mart�n Ad�n, no se habr�a expresado jam�s irrespetuosamente de tantas cosas antiguamente respetables; no habr�a denunciado en t�rminos tan viva�ces y pl�sticos a la t�a de Ram�n, veraneante y barranquina, ni la habr�a sacado al p�blico en una bata de motitas, acezante, estival e �ntima con su gato y su negrita; no habr�a dejado de pedirle un pr�logo a don Jos� de la Riva Ag�ero o al doctor Luis Varela y Orbegoso ni habr�a dejado de mostrarse un poco doctoral y universitario en una tesis, llena de citas, sobre don Felipe Pardo o don Clemente Althaus, o cualquier otro don Felipe o don Clemente de nues�tras letras. Sus propios padres no habr�an cometido la temeraria imprudencia de matricularlo en un colegio alem�n de donde ten�a que sacar, junto con unas calcoma�n�as de Herr Oswaldo Teller, cierta escru�pulosa consideraci�n por Darwin, la ciencia ochocentista y sus teor�as rec�nditamente liberales, protestantes y progresistas. Creci�do a�os atr�s, Mart�n Ad�n se habr�a edu�cado en el Colegio de la Recoleta o los Jesuitas, con distintas consecuencias. Su matr�cula fiel en las clases de un liceo alem�n, corresponde a una �poca de crecimiento ca�pitalista, de demagogia anticolonial, de derrumbamiento neogodo, de ense�anza de las lenguas sajonas y de multiplicaci�n de las academias de comercio. Epoca vagamente preparada por el discurso del doctor Villar�n contra las profesiones liberales, por el discurso del doctor V�ctor Ma�rtua sobre el progreso material y el factor econ�mico y por las conferencias de Oscar V�ctor Salom�n, en Hyde Park, sobre el Per� y el capital extranjero; pero concreta, social, material y pol�ticamente representada por el legui�smo, las urbanizaciones, el asfalto, los nuevos ricos, el Country Club, etc. La literatura de Mart�n Ad�n es vanguardista porque no pod�a dejar de serlo; pero Mart�n Ad�n mismo no lo es a�n del todo. El buen viejo Anatole France, inveterado corruptor de menores, malogr� su inocencia con esos libros de prosa mel�dica en que todo, hasta el cinismo y la obscenidad, tiene tanta compostura, erudici�n y clasicismo. Y Anatole France no es sino un demoburgu�s de Par�s deliberadamente desencantado, profesionalmente esc�ptico, pero lleno de un supersticioso respeto al pasado de una ilimitada esperanza en el porvenir; un peque�o burgu�s del Sena, que desde su juventud produjo la impresi�n de ser excesiva y habitualmente viejo �viejo por comodidad y esp�ritu sedentario�. Mart�n Ad�n est� todav�a en la estaci�n anatoliana, aunque ya empiece a renegar estos libros que lo iniciaron en la herej�a y la escepsis. En su estilo, ordenado y elegante sin arrugas ni desgarramientos, se reconoce un gusto absolutamente cl�sico. En algunas de las p�ginas de La Casa de Cart�n hay a ratos hasta cierta morosidad azoriniana. Y ni en las p�ginas m�s recientes se encuentra alucinaci�n ni pathos suprarrealista. Mart�n Ad�n es de la estirpe de Cocteau y Radiguet m�s que de la estirpe de Morand y Giraudoux. En la literatura le ocurre lo que en el colegio no puede evitar las notas de aprovechamiento Su desorden est� previamente ordenado. Todos sus cuadros, todas sus estampas, son veraces, veros�miles, verdaderas. En La Casa de Cart�n hay un esquema de biograf�a del Barranco o, mejor, de sus veranos. Si la biograf�a resulta humor�stica, la culpa no es de Mart�n Ad�n sino del Barranco. Mart�n Ad�n no ha inventado a la t�a de Ram�n ni su bata ni su negrita; todo lo que �l describe existe. Tiene las condiciones esenciales del cl�sico. Su obra es cl�sica, racional, equilibrada, aunque no lo parezca. Se le siente cl�sico, hasta en la medida en que es anti-rom�ntico. En la forma acusa a veces el ascendiente de Eguren; mas no en el esp�ritu. En Mart�n Ad�n es un poco egureniano el imaginero, pero s�lo el imaginero. Anti-rom�ntico �hasta el momento en que escribimos estas l�neas, como dicen los periodistas� Mart�n Ad�n se presenta siempre reacio a la aventura. "No te raptar� por nada del mundo. Te necesito para ir a tu lado deseando raptarte. �Ay del que realiza su deseo!". Pesimismo cristiano, pragmatismo cat�lico que po�ticamente se sublima y conforta con palabras del Eclesiast�s. Mi amor a Ya aventura es probablemente lo que me separa de Mart�n Ad�n. El deseo del hombre aventurero est� siempre insatisfecho. Cada vez que se realiza, renace m�s grande y ambicioso. Y cuando se camina de noche al lado de una mujer bella hay que estar siempre dispuesto al rapto. Algunos lectores encontrar�n en este libro un desmentido de mis palabras. Pensar�n que la publicaci�n de La Casa de Cart�n a los diecinueve a�os, es una aventura. Puede parecerlo, pero no lo es. Me consta que Mart�n Ad�n ha tomado todas sus precauciones. P�blica un libro cuyo �xito est� totalmente asegurado. Y sin embargo, lo publica en una edici�n de tiraje limitado, antes de afrontar en una edici�n mayor al p�blico y la cr�tica. Escri�tor y artista de raza, su aparici�n tiene el consenso de la unanimidad m�s uno. Es tan ecl�ctico y her�tico, que a todos nos reconci�lia en una s�ntesis teos�ficamente c�smica y monista. Yo no pod�a saludar su llegada sino a mi manera: encontrando en su lite�ratura una corroboraci�n de mis tesis de agitador intelectual. Por esto, aunque no quer�a escribir sino unas cuantas l�neas, me ha salido un ac�pite largo como los edito�riales del doctor Clemente Palma. Si a Mar�t�n Ad�n se le ocurre atribuirlo al pobre Ra�m�n, como sus "poemas Underwood", habr� logrado una reconciliaci�n m�s dif�cil que la del G�nesis y Darwin.


* Colof�n a la novela de Mart�n Ad�n, Impresiones y Encua�dernaciones "Per�", Lima, 1928. Publicado tambi�n en Amauta, N� 25, mayo-junio de 1928, en la secci�n "Libros y Revis�tas", p�g. 41. Con motivo de la publicaci�n de un fragmento de este libro en Amauta (N� 10, diciembre de 1927), escri�bi� J.C.M. la siguiente nota: "Estas p�ginas pertenecen a un libro de Mart�n Ad�n, �prosador y poeta peruano�, que se titula tambi�n La Casa de Cart�n. Mart�n Ad�n es un debutante que desde su ingreso en nuestra asamblea lite�raria se sienta con desenfado entre los primeros. No tenemos ning�n empe�o en revelarlo, porque es de los que revelan solos. Su presentaci�n no necesita padrinos. Aunque acaba de llegar, Mart�n Ad�n tiene ya el aire desenvuelto de un antiguo camarada. No diremos siquiera a que generaci�n pertenece, para que nadie afirme que le abrimos un cr�dito excesivo e imprudente a la "nueva generaci�n". Su ficha bibliogr�fica est� todav�a en blanco. Pero La Casa de Cart�n es un documento autobiogr�fico: memorias novelescas de la adolescencia estudiosa y aplicada, aunque un poco imperti�nente, de un colegial que, a pesar suyo, gan� siempre en sus ex�menes las m�s altas notas. Si todo debut es un exa�men, Mart�n Ad�n tiene asegurado otro 20. Su nombre, se�g�n �l, reconcilia el G�nesis con la teor�a darwiniana. Le hemos obyetado, privadamente, que Mart�n se llaman los [nonos s�lo en Lima y el Barranco y que Ad�n es un pa�tron�mico inveros�mil. M�s si Mart�n Ad�n se llama as� real�mente, no cabe duda que se trata de un humorista y hereje de nacimiento. Lo sacamos al p�blico en flagrante herej�a. La primera consecuencia de este debut ser�, acaso, una ex�pulsi�n de la A.S.J. Lo deplorar�amos mucho porque Mart�n Ad�n, adem�s de ser una persona muy bien educada, como los dem�cratas equ�vocos de Don Nicol�s de Pi�rola, cuando "no se sienten tales, se marchan solos".