OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

PERUANICEMOS AL PER�

 

ASPECTOS DEL PROBLEMA INDIGENA*

Recientemente1, Dora Mayer de Zulen, cuya inteligencia y car�cter no son a�n bastante apreciados y admirados, ha hecho, con la honradez y mesura que la distinguen, el balance del interesante y meritorio experimento que constituy� la Asociaci�n Pro-Ind�gena2. La utilidad de este experimento resulta plenamente demostrada por quien fue, en mancomunidad y solidaridad habil�simas con el generoso esp�ritu precursor de Pedro S. Zulen, su heroica y porfiada animadora. La Pro-Ind�gena sirvi� para aportar una serie de fundamentales testimonios al proceso del gamonalismo, determinando y precisando sus tremendas e impunes responsabilidades: Sirvi� para promover en el Per� coste�o una corriente pro-ind�gena, que preludi� la actitud de las generaciones posteriores. Y sirvi�, sobre todo, para encender una esperanza en la tiniebla andina, agitando la adormecida conciencia ind�gena.

Pero, como la propia Dora Mayer, con su habitual sinceridad, lo reconoce, este experimento se cumpli� m�s o menos completamente: dio todos, o casi todos, los frutos que pod�a dar. Demostr� que el problema ind�gena no puede encontrar su soluci�n en una f�rmula abstractamente humanitaria, en un movimiento meramente filantr�pico. Desde este punto de vista, como ya una vez lo he dicho, la Pro-Ind�gena es en cierta forma, un experimento negativo, pues tuvo como principal resultado, el de registrar o constatar la insensibilidad moral de las pasadas generaciones.

Ese experimento ha cancelado definitivamente la esperanza o, mejor, la utop�a de que la soluci�n del problema ind�gena sea posible mediante una reacci�n de la clase necesariamente mancomunada con el gamonalismo. El Patronato de la Raza, instituido por el Estado, est� ah� para testimoniarlo con su est�ril presencia.

La soluci�n del problema del indio tiene que ser una soluci�n social. Sus realizadores deben ser los propios indios. Este concepto conduce a ver, por ejemplo, en la reuni�n de los congresos ind�genas un hecho hist�rico. Los congresos ind�genas, desvirtuados en los dos �ltimos a�os por el burocratismo, no representan todav�a un programa; pero sus primeras reuniones se�alaron una ruta comunicando a los indios de las diversas regiones. A los indios les falta vinculaci�n nacional. Sus protestas han sido siempre regionales. Esto ha contribuido en gran parte a su abatimiento. Un pueblo de cuatro millones de hombres, consciente de su n�mero no desespera nunca de su porvenir. Los mismos cuatro millones de hombres mientras no sean sino una masa inorg�nica, una muchedumbre dispersa, se�r�n incapaces de decidir un rumbo hist�rico3.

En la estimaci�n del nuevo aspecto del problema ind�gena que se bosqueja con las reivindicaciones balbuceantes y confusas pero, cada vez m�s extensas y concretas que formulan los propios ind�genas, Dora Mayer est� sustancialmente de acuerdo conmigo, cuando. escribe que "ya era tiempo que la raza misma tomara en manos su propia defensa porque jam�s ser� salvado el que fue�se incapaz de actuar en persona en su salvaci�n". Y en la propia apreciaci�n del va�lor de la Pro-Ind�gena tambi�n acepta mi principal punto de vista, cuando apunta que "en fr�a concreci�n de datos pr�cticos, la Asociaci�n Pro-ind�gena significa para los historiadores lo que Mari�tegui supone: un experimento de rescate de la atrasada y esclavizada raza ind�gena por medio de un cuerpo protector extra�o a ella que gratui�tamente y por v�as legales ha procurado servirle como abogado en sus reclamos ante los poderes del Estado"4.

Ya no es tiempo de pensar en ensayar otra vez el m�todo as� definido. Se imponen otros caminos. Y esto no lo afirman s�lo los conceptos sino los hechos que requieren ahora nuestro examen. Las reivindicaciones ind�genas, el movimiento ind�gena, que hasta hace dos a�os tuvieron un extraordinario animador en un oscuro indio, Ezequiel Urviola, rechazan la f�rmula humanitaria y filantr�pica. Valc�rcel escribe: "Pro-ind�gena, Patronato, siempre el gesto del se�or para el esclavo, siempre el aire protector en el semblante de quien domina cinco siglos. Nunca el gesto severo de justicia, nunca la palabra de justicia, nunca la palabra viril del hombre honrado, no vibraron jam�s los truenos de b�blica indignaci�n. Ni los pocos ap�stoles que en tierra del Per� nacieron, pronunciaron jam�s la santa palabra regeneradora. En femeniles espasmos de compasi�n y piedad para el pobrecito indio oprimido, trascurre la vida y pasan las generaciones. No hay una alma viril que grite al indio �speramente el s�samo salvador. Concluya una vez por todas la literatura lacrimosa de los indigenistas. El campesino de los Andes desprecia las palabras de consuelo".

El problema ind�gena no puede, pues, ser considerado hoy con el criterio de hace pocos a�os. La historia parece marchar a prisa en nuestro pa�s, como en el resto del mundo, de dos lustros a esta parte. Muchas concepciones, buenas y v�lidas hasta ayer no m�s, no sirven hoy casi para nada. Toda la cuesti�n se plantea en t�rminos radicalmente nuevos, desde el d�a en que la palabra reivindicaci�n ha pasado a ocupar el primer lugar en su debate.

 

 


 

NOTAS:

 

* Publicado en Mundial, Lima, 17 de diciembre de 1926.

1 Se refiere al art�culo "Lo que ha significado la Pro-ind�gena", publicado en Amauta, A�o 1, N�mero 1, p�g. 22, Lima, setiembre de 1926 (N. de los E.).

2 J.C.M. alude a este art�culo al comentar la aparici�n del Grupo Resurgimiento en el Cuzco: l�ase "La nueva cruzada pro-ind�gena", en Ideolog�a y Pol�tica, p�gs. 165, Volumen 13, de la primera serie Popular (N. de los E.).

3 Este par�grafo est� trascrito, con peque�as modificaciones, en 7 Ensayos, "El Problema del Indio, Sumaria revisi�n hist�rica", p�g. 49, Volumen 2, de la primera serie Popular (N. de los E.).

4 En la nota 5 de "El Problema del Indio. Su nuevo plantea�miento", 7 Ensayos, p�g. 41, Volumen 2, de la primera serie Popular (N. de los E.)