OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

HISTORIA DE LA CRISIS MUNDIAL

  

  

SEXTA CONFERENCIA1

LA REVOLUCION ALEMANA

EL tema de la conferencia de esta noche es la Revoluci�n Alemana.

En las conferencias precedentes, he expuesto los aspectos principales del proceso de genera�ci�n, de incubaci�n de la Revoluci�n Alemana.

He dicho ya que la guerra no fue popular en Alemania; que el gobierno alem�n condujo la guerra con el viejo criterio de guerra relativa, de guerra militar, de guerra no total; que el go�bierno alem�n no supo crear ning�n mito popular capaz de asegurarle la adhesi�n s�lida de las clases populares: y que la guerra fue presentada al pueblo alem�n exclusivamente como gue�rra de defensa nacional. Mientras el gobierno alem�n mantuvo viva la esperanza de la victoria; mientras ning�n fracaso militar desacredit� su aventura; mientras pudo evitar al pueblo el ham�bre y las privaciones, consigui� que la opini�n p�blica sufriese, sin rebeli�n, la guerra. Pero no consigui� apasionar a las masas por sus ideales imperialistas. La guerra no era popular en el proletariado. Los intelectuales, la inteligencia alemana, se pusieron, en su mayor�a, al servicio de la guerra, al servicio de la agresi�n, y crearon una c�nica, una delirante literatura de guerra.

Los poetas alemanes cantaron la guerra y de�nigraron la paz. Tom�s Mann escribi�: �El hom�bre se malogra en la paz. El reposo perezoso es la tumba del coraz�n. La ley es la amiga del d�bil; ella quiere aplanarlo todo; si ella pudiera, achatar�a al mundo; pero la guerra hace surgir la fuerza�.

Heinrich Vierordt escribi� su Deutschland, ha�sse (Alemania, odia). El profesor Ostwald escri�bi�: �Alemania quiere organizar Europa, pues Europa hasta ahora no ha estado organizada�.

Finalmente, los famosos 93 intelectuales alema�nes suscribieron aquel c�lebre manifiesto auspi�ciando y defendiendo, servilmente, la guerra ale�mana. Pero, no obstante toda esta literatura b�lica, �nicamente la burgues�a y la peque�a bur�gues�a deliraron de nacionalismo. El proletariado declar� apoyar la guerra no por convicci�n, sino por deber. El proletariado no suscribi� nunca los c�nicos conceptos de los intelectuales burgueses y peque�o burgueses.

Adem�s, casi desde el primer momento, apenas pasado el per�odo de intoxicaci�n y de confusi�n de la declaratoria, se alzaron en Alemania algu�nas honradas y valientes voces de protesta.

Cuatro sabios alemanes tomaron posici�n con�tra los noventitr�s intelectuales del manifiesto y publicaron un contramanifiesto. Ya os he ha�blado de estos cuatro sabios que fueron el f�sico Einstein, el fisi�logo Nicolai, el fil�sofo Buek y el astr�nomo Foerster. El poeta Hermann Hesse, asilado como Romain Rolland en Suiza, escribi� un canto a la paz y un llamado a los pensadores de Europa, invit�ndolos a salvar lo poco de paz que pod�a todav�a ser salvado y a no saquear, ellos tambi�n, con su pluma el porvenir europeo. La revista Die Weissen Blaetter2 fue un ho�gar de los intelectuales alemanes fieles a la cau�sa de la unidad moral de Europa y de la civili�zaci�n occidental. Y varios l�deres del proletaria�do, Karl Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Kurt Eis�ner, Franz Mehring, Leon Joguiches y otros m�s, reaccionaron contra la guerra y denunciaron su meta imperialista y contrarevolucionaria. Car�los Liebknecht, fue uno de los catorce diputados contrarios a los cr�ditos de guerra el 4 de Agos�to; pero estos catorce diputados no votaron con�tra los cr�ditos en el Parlamento sino en el seno del grupo socialista parlamentario.

La gran mayor�a del grupo acord� votar los cr�ditos. Y los catorce diputados de la minor�a, Carlos Liebknecht entre ellos, resolvieron some�terse a la decisi�n de la mayor�a. Pero Carlos Liebknecht sinti� muy pronto la necesidad de sal�var su propia y personal responsabilidad de l�der y de intelectual socialista. Y en diciembre de 1914 vot� contra los nuevos cr�ditos de la guerra; sin hacer caso de la voluntad del grupo socialista parlamentario.

Por supuesto, dentro y fuera del Reichstag,3 del parlamento alem�n una tempestad se desen�caden� contra Carlos Liebknecht. Y en enero de 1915 Carlos Liebknecht fue movilizado en el ej�r�cito. Se le envi� a Kustrin. Liebknecht se neg� a aceptar el fusil. Se le traslad� entonces a una compa��a de obreros, de sospechosos, a Lorena. Luego se le mand� al frente de Rusia. Y, desde el frente, Carlos Liebknecht escribi� a sus hijos el 21 de diciembre: "Yo no disparar�". Asisti� a�n, a otras sesiones del Reichstag, donde nuevamente insurgi� repetidas veces contra el gobierno ale�m�n y contra la guerra. Los clamores de la C�mara cubrieron, ahogaron, acallaron invariable�mente su voz solitaria y heroica. Pero Carlos Liebknecht no renunci� a su propaganda, unido a Rosa Luxemburgo, a Franz Mehring, a Clara Zetkin, escribi� aquellas c�lebres cartas, suscritas con el seud�nimo de Spartacus,4 que m�s tarde fue el nombre del Partido Comunista Alem�n.

El 19 de Mayo de 1918 se realiz� en Berl�n la primera demostraci�n p�blica contra la guerra. Carlos Liebknecht, disfrazado de civil, asisti� a ella. Fue arrestado y procesado por traici�n a la Patria. El tribunal militar lo conden� entonces cuatro a�os de trabajos forzados. Un a�o m�s tarde, la revoluci�n le abri� las puertas de la c�r�cel. La figura de Liebknecht, como vemos, no era la �nica en las filas dirigentes del proletariado alem�n que luchaba contra la guerra.

Al lado de Liebknecht se agrupan varias figu�ras gloriosas.        

He mencionado ya a Rosa Luxemburgo, a Clara Zetkin, a Eugenio Levin�s. Todos estos l�deres reconocieron que su deber era combatir a la guerra, como reconocieron, m�s tarde, que su deber era llevar a su meta final la revoluci�n. Todos ellos militaron, con Carlos Liebknecht, en el grupo Spartacus, c�lula inicial del Partido Co�munista Alem�n. Pero de su conducta durante la revoluci�n misma me ocupar� oportunamente. Ahora no est� en examen sino su conducta du�rante la pre-revoluci�n, porque, bas�ndome en ella, estoy sosteniendo que exist�a en el movi�miento proletario alem�n un ambiente distinto acerca de la guerra que en el movimiento proleta�rio en las naciones aliadas. Un numeroso n�cleo de opini�n proletaria, reprimido, es verdad, mar�cialmente por la acci�n del gobierno, luchaba por rebelar contra la guerra al proletariado alem�n. Y los cien diputados del socialismo alem�n, la mayor�a de los l�deres de la socialdemocracia, no pod�an dar a la guerra una adhesi�n ardorosa, un apoyo incondicional. La burgues�a y la clase me�dia alemanas peleaban por los ideales del milita�rismo prusiano, por el dominio del mundo, por el Deutschland Uber Alles,5 por el ubervolk,6 por el sometimiento de Europa a la organizaci�n ale�mana; pero el proletariado alem�n, conforme a las palabras de orden de sus l�deres mayorita�rios, no peleaba sino por un inter�s de defensa nacional. El proletariado alem�n no sent�a la ne�cesidad absoluta de la guerra jusqu'au bout,7 de la guerra hasta el fin, de la guerra absoluta y, sobre todo, hasta el anonadamiento total del enemigo.

Wilson y su propaganda democr�tica, Wilson y sus Catorce Puntos, Wilson y sus ilusiones de un nuevo c�digo de justicia internacional, en�contraron, por consiguiente, en el frente alem�n, un frente permeable, un frente vulnerable, un frente franqueable. Ya he dicho la resonancia re�volucionaria que tuvo en el pueblo el progra�ma wilsoniano. Desde que al pueblo austr�aco le fue dicho que los aliados no combat�an contra ellos sino contra sus gobiernos, desde que les fue asegurado que no se les impondr�a una paz de anexiones, ni de indemnizaciones, el pueblo alem�n y el pueblo austr�aco empezaron a sentir cada vez menas la necesidad de la guerra. Adem�s, como ya he dicho tambi�n, la propaganda Wilsoniana estimul� y despert� en las nacionalidades encerradas en el Imperio Austro-H�ngaro viejos y arraigados ideales de independencia nacional.

Y, de otra parte, la Revoluci�n Rusa repercuti� tambi�n revolucionariamente en el proletariado austr�aco y en el proletariado alem�n. Dos propagandas se juntaron para minar y franquear el frente austro-alem�n: la propaganda democr�tica de Wilson y la propaganda maximalista de los bolcheviques.

Los efectos de estas propagandas tuvieron que manifestarse a continuaci�n del primer quebranto militar austro-alem�n. La ofensiva italiana en el Piave encontr� al ej�rcito austr�aco mal dispuesto al sacrificio.

Las tropas checoeslovacas capitularon casi en masa. Y en el frente alem�n, la noticia de este desastre y la ofensiva francesa, desencadenaron la explosi�n de los g�rmenes revolucionarios durante tanto tiempo acumulados.

El pueblo alem�n y el ej�rcito alem�n manifestaron su voluntad de paz y de capitulaci�n. E insurgieron contra el Kaiser y la monarqu�a, contra el r�gimen responsable de la guerra, culpable de la derrota. Deslindaron la responsabilidad del gobierno y del pueblo alem�n. Y barrieron a la monarqu�a y a todas sus instituciones.

El 9 de noviembre de 1918, a poco m�s de un a�o de distancia de la Revoluci�n Rusa, se produjo la Revoluci�n Alemana. La historia de los acontecimientos de esos d�as es conocida. Estall� una huelga revolucionaria en Kiel y Hamburgo. Se insurreccionaron los marineros, quienes en autom�viles marcharon sobre Berl�n. La huelga general fue proclamada. Las tropas se negaron a reprimir al proletariado insurgente. El Kaiser abdic� y abandon� Berl�n. Y los revolucionarios proclamaron la Rep�blica en Alemania. La revoluci�n tuvo en ese instante un car�cter netamente proletario.

Se constituyeron en Alemania los consejos de obreros y soldados, los soviets en suma. Y se form� un ministerio de socialistas mayoritarios. Pero este ministerio no comprendi� al ala izquierda del socialismo, al grupo de Karl Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Franz Mehring, Clara Zetkin, etc., contrario a un compromiso con los socialistas mayoritarios que hab�an amparado la guerra. M�s a�n, entre el grupo de Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo y los socialistas gobernantes se abrieron r�pidamente las hostilidades. Carlos Liebknecht fund� la Uni�n Spartacus, el Partido Comunista Alem�n y el �rgano period�stico de los espartaquistas Die Rote Fahne (La Bandera Roja).

Los espartaquistas propugnaron la realizaci�n del socialismo a trav�s de la dictadura del proletariado, del gobierno de los soviets. Reclamaron la confiscaci�n de todas las propiedades de la Corona en beneficio de la colectividad; la anulaci�n de las deudas del Estado y los empr�stitos de guerra; la expropiaci�n de la propiedad agr�cola grande y media y la constituci�n de cooperativas agr�colas encargadas de administrarlas mientras las peque�as propiedades permanec�an en manos de sus peque�os poseedores hasta que quisieran voluntariamente unirse a las cooperativas; la nacionalizaci�n de todos los bancos, minas, f�bricas y grandes establecimientos industriales y comerciales. En suma, los espartaquistas propusieron la actuaci�n en Alemania del programa actuado en Rusia por los maximalistas Los socialistas mayoritarios, Ebert, Scheidemann etc., eran adversos a este programa. Y las masas que los segu�an no estaban espiritualmente preparadas para una transformaci�n tan radical de r�gimen de Alemania. Los socialistas independientes, Kautsky, Hasse, Hilferding, etc., se mostraron vacilantes. No se inclinaban por el limita do y opacado reformismo de los socialistas mayoritarios ni por el revolucionarismo de los espartaquistas. Los espartaquistas iniciaron, a la manera bolchevique, una campa�a de agitaci�n progresiva. Las figuras que acaudillaban la Uni�n Spartacus eran, ciertamente, figuras de primer rango en el movimiento proletario alem�n. Carlos Liebknecht, era hijo de Guillermo Liebknecht, uno de los patriarcas del socialismo Alem�n. Era, pues, heredero de un nombre glorioso en la historia del socialismo alem�n; adem�s, due�o de una figuraci�n brillante, intensa, continua en la vanguardia del proletariado. Su pura intranquilidad e intransigencia durante la guerra daba a su nombre una aureola llena de sugesti�n. Rosa Luxemburgo, figura internacional y figura intelectual y din�mica, ten�a tambi�n una posici�n eminente en el socialismo alem�n. Se ve�a, y se respetaba en ella, su doble capacidad para la acci�n y para el pensamiento, para la realizaci�n y para la teor�a. Al mismo tiempo era Rosa Luxemburgo un cerebro y un brazo del proletariado alem�n. Franz Mehring era uno de los te�ricos m�s profundos, m�s luminosos y m�s eruditos del marxismo, autor de una serie de obras profundas y admirables, hab�a escrito, precisamente, un libro fundamental sobre Marx y sobre el marxismo. Era viejo, ten�a 72 a�os, pero conservaba el temple y el fervor de la juventud. Eugenio Levin�s, polaco ruso, que particip� en Rusia en la revoluci�n de 1905 y que entonces sufri� la prisi�n en Siberia, era otra noble y bizarra figura revolucionaria, proven�a de una familia rica y pose�a una vasta cultura literaria y cient�fica. Hab�a renunciado, sin embargo, a sus prerrogativas de intelectual y se hab�a hecho obrero.

Le�n Jogisches, periodista polaco, tambi�n era un notable tipo de agitador, de propagandista y de revolucionario, era el colaborador, el confidente, el amigo de Rosa Luxemburgo. En el partido socialista polaco hab�a tenido una actuaci�n sobresaliente, en la Uni�n Spartacus era el organizador en�rgico e incansable de la acci�n y de la propaganda.

Clara Zetkin, en fin, la �nica figura que sobrevive de este grupo de l�deres, de conductores y de ap�stoles, era de la misma estatura moral e intelectual.

Este fuerte, homog�neo e inteligente estado mayor del espartaquismo, consigui� agitar, sacudir potentemente al proletariado alem�n. Las masas obreras alemanas carec�an de preparaci�n espiritual y revolucionaria, y de esto os hablar� dentro de un instante al hacer la cr�tica de la revoluci�n. Sin embargo, los jefes espartaquistas consiguieron organizar una nueva vanguardia proletaria. Esta vanguardia proletaria era una vanguardia de acci�n; pero los jefes espartaquistas r�o pretend�an lanzarla prematuramente a la conquista del poder. Se propon�an usarla para despertar la conciencia del proletariado, capacitarla cada d�a m�s para la acci�n, robustecerla num�ricamente, prepararla para el asalto decisivo en la hora oportuna.

La t�ctica de los socialistas mayoritarios, del gobierno de Ebert y de Scheidemann, consisti� por esto en precipitar la acci�n revolucionaria de los espartaquistas, en atraer a los espartaquistas al combate antes de tiempo, en obligarlos a empe�ar la batalla inmaduramente. Los socialistas mayoritarios necesitaban de la violencia de los espartaquistas a fin de reprimir su violencia con una violencia mayor y eliminar de esta suerte a un enemigo crecientemente peligroso: Las masas espartaquistas, imprudentemente, no midieron sus pasos. El gobernador de Berl�n, Eichorn, era socialista de izquierda, un revolucionario, extensamente popular en la capital alemana. Era un elemento ind�cil a la reacci�n y leal a la revoluci�n y al proletariado. El gobierno socialista mayoritario resolvi� exigirle su renuncia. Era �sta una provocaci�n al proletariado revolucionario de Berl�n.

El domingo 5 de Enero de 1919 hubo grandes demostraciones revolucionarias en Berl�n. Al d�a siguiente se declar� la huelga. Las masas, indignadas contra el �rgano oficial del Partido Socialista, el Vorwaerts,8 del cual se hab�an adue�ado algunos socialistas mayoritarios, resolvieron ocupar por la fuerza �ste y algunos otros diarios. Construyeron barricadas, pero se esforzaron por evitar efusiones de sangre, invitando a las tro�pas por medio de grandes carteles, a no dispa�rar contra sus hermanos proletarios. Los cho�ques comenzaron, sin embargo, muy en breve. Algunos agentes provocadores, seg�n parece, fue�ron utilizados para encender la lucha. El caso es que entre las tropas y las masas espartaquistas se empe�� el combate. Noske, un socialista ma�yoritario, se encarg� del Ministerio de Guerra y con, el concurso entusiasta de los oficiales del antiguo r�gimen, organizaron la represi�n de los insurrectos. Hubo en Berl�n varios d�as de san�grientas batallas.

El domingo 12 los espartaquistas que ocupaban el Vorwaerts enviaron seis parlamentarios desar�mados a negociar la paz con los sitiadores de la imprenta ocupada. Los seis parlamentarios fueron fusilados. Los combates prosiguieron. Los jefes espartaquistas no hab�an querido nunca conducir a las masas a la lucha, pero una vez empren�dida �sta, una vez iniciada la batalla, sintieron que su deber era ocupar su puesto al lado de las masas.

Las autoridades les atribuyeron la responsabi�lidad �ntegra de la insurrecci�n de las masas espartaquistas y se echaron en su persecuci�n. En la tarde del 15 de Enero, Carlos Liebknecht y Ro�sa Luxemburgo, que se hab�an refugiado en una casa amiga, en un barrio del oeste de Berl�n en Wilmersdof, fueron arrestados por la tropa. Ho�ras m�s tarde fueron asesinados.

La versi�n oficial de su muerte dice que, tanto el uno como el otro, intentaron escapar de manos de sus custodios, y que �stos, para evitar la fuga, se vieron obligados entonces a disparar y ma�tarles. Pero la verdad fue otra.

Liebknecht y Rosa Luxemburgo cayeron en manos de oficiales del antiguo r�gimen, enemigos fan�ticos de la revoluci�n, reaccionarios deliran�tes, que odiaban a todos los autores de la ca�da del Kaiser por conceptuarlos responsables de la capitulaci�n de Alemania. Y esta gente no quiso que los dos grandes revolucionarios ingresasen vivos en una prisi�n.

Pero con este sangriento episodio de la muerte de Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo no se extingui� la ola revolucionaria. La vanguardia del proletariado alem�n segu�a reclamando del gobierno una pol�tica socialista. Los socialistas, mayoritarios que, con el concurso y el benepl�cito de la burgues�a, hab�an reprimido truculen�tamente la insurrecci�n espartaquista, resultaban cada d�a m�s embarazados para desenvolver en el gobierno un programa de socializaci�n.

En febrero y marzo el proletariado vuelve, gradualmente, a asumir una posici�n de comba�te. Se suceden de nuevo las huelgas que, de la regi�n del Rhin y de Westfalia, se extienden a la Alemania central, a Baden, a Baviera, a Wur�tenberg. En estas huelgas los trabajadores pa�san de las reclamaciones de aumento de salarios a la demanda de la socializaci�n y de la instau�raci�n de un gobierno sovietista. El gobierno mayoritario aplaca estos movimientos con una serie de, vagas y pomposas promesas. Y con es�tas promesas consigue aquietar a las masas. Pe�ro una parte de ellas manifest� una decidida voluntad revolucionaria. Y se produjeron en Ber�l�n nuevas jornadas sangrientas. Las v�ctimas de la represi�n se contaron una vez m�s por milla�res. Y el espartaquismo perdi� a otro de sus me�jores jefes. Le�n Jogisches, capturado poco des�pu�s de las jornadas de marzo, tuvo una suerte an�loga a Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo. No fue asesinado en el camino de la prisi�n, sino en la prisi�n misma. Se dijo que hab�a intentado fugar (la eterna historia de la fuga), y que por esto hab�a sido preciso disparar contra �l.

Pero con estas batallas de la vanguardia pro�letaria de Berl�n no ces� aquel per�odo de acti�vidad revolucionaria en Alemania. Tambi�n el proletariado de Munich libr� valientes batallas. Y la represi�n en Munich fue m�s sangrienta, m�s dura, mas costosa todav�a para el proletariado que la represi�n en Berl�n.

En Munich, en Baviera, se lleg� a instaurar el r�gimen de los soviets. La rep�blica sovietista de Munich, fue de un sovietismo artificial, de un comunismo de fachada, y esto era natural. Predo�minaban en este gobierno elementos reformistas, elementos semi-burgueses que no daban a lar Re�p�blica B�vara una orientaci�n realmente revolucionaria. La vida de esta rep�blica sovietista no pod�a, pues, ser larga. De una parte, porque este gobierno sovietista en la forma, reformista en el contenido, no era capaz de desarmar a la burgues�a, de abolir sus privilegios ni de desa�lojarla de sus posiciones. De otra parte, porque la Baviera era la regi�n de Alemania menos ade�cuada a la instauraci�n del socialismo.

La Baviera es la regi�n agr�cola de Alemania. La Baviera es un pa�s de haciendas y de latifun�dios: no es un pa�s de f�bricas.

El proletariado industrial, eje de la revoluci�n proletaria, se encuentra, pues, en minor�a. El proletariado agr�cola, la clase media agr�cola, predomina absolutamente. Y, como es sabido, el proletariado agr�cola no tiene la suficiente satu�raci�n socialista, la suficiente educaci�n clasista para servir de base al r�gimen socialista.

El instrumento de la revoluci�n socialista ser� siempre el proletariado industrial, el proletaria�do de las ciudades. Adem�s, no era posible la realizaci�n del socialismo en Baviera, subsistien�do en el resto de Alemania el r�gimen capita�lista. No era concebible siquiera una Baviera so�cialista, una Baviera comunista dentro de una Alemania burguesa.

Vencida la revoluci�n comunista en Berl�n, es�taba vencida tambi�n en Munich. Los comunis�tas b�varos no renunciaron, sin embargo, a la lu�cha, y combatieron sin tregua por transformar la rep�blica sovietista de Munich en una verda�dera rep�blica comunista. Poco a poco esta trans�formaci�n empez� a operarse. La conciencia del proletariado b�varo se desarroll� m�s d�a a d�a. A los puestos directivos fueron llevados obreros efectivamente revolucionarios. Ese fue, simult�neamente, el instante de la contraofensiva bur�guesa. Vencedora del proletariado en Berl�n, la burgues�a alemana inici� el ataque contra el pro�letariado en Munich. Las masas comunistas de Munich no tuvieron mejor fortuna que las de Berl�n.

Y otro de los l�deres del espartaquismo, Eugen�o Levin�s, aquel intelectual polaco-ruso de que os he hablado hace pocos momentos, fue el m�rtir de esta jornada revolucionaria. Eugenio Levin�s no fue asesinado como Carlos Liebknecht, como Rosa Luxemburgo, etc., sino fusilado en una prisi�n de Munich. Se le sigui� un proceso rel�mpago y se le conden� a muerte. Frente al pelot�n de ejecuci�n, Eugenio Levin�s se port� valientemente. Y muri� con el grito de "�Viva la Revoluci�n Universal!", en los labios.

Estos son, ligeramente narrados, los principales episodios espartaquistas de la Revoluci�n Alemana. Este fue el instante m�s agudo y culminante de la revoluci�n.

El pueblo alem�n, pasado este per�odo de agitaci�n que los l�deres del espartaquismo crearon con su acci�n incansable, mostr� una capacidad revolucionaria, una voluntad revolucionaria cada d�a menor.

El poder estuvo, primeramente, en manos de los socialistas mayoritarios, apoyados por los socialistas independientes o sea los socialistas centristas. Estuvo, despu�s, en manos de los socialistas mayoritarios �nicamente. Luego, los socialistas mayoritarios, educados en la escuela democr�tica, necesitaron la colaboraci�n de dos partidos burgueses: el Centro Cat�lico, el Partido de Erzberger, y el Partido Dem�crata, el partido de Walther Rathenau y del Berliner Tageblatt.

Como los socialistas mayoritarios, contrarios a la tesis de la dictadura del proletariado, hab�an convocado a elecciones parlamentarias, quedaron a merced de las combinaciones del equilibrio parlamentario. Falt�ndoles la colaboraci�n de una parte de los votos socialistas, ten�an que buscar la cooperaci�n de igual o mayor n�mero de votos burgueses. La asamblea nacional sancion� en Weimar una constituci�n democr�tica; pero no una constituci�n socialista. Los socialistas mayoritarios, dentro del r�gimen parlamentarista, no pod�an conservar �ntegramente el poder; pero eran indispensables para la constituci�n de una mayor�a. Por eso, los hemos visto entrar en todos los gabinetes de coalici�n que se han sucedido. Pero en el gabinete actual, en el gabinete de Cuno, no figuran ya los socialistas mayoritarios.

Su neutralidad ben�vola en el parlamento sigue siendo necesaria para la vida del ministerio. Pero el ministerio no es ya un ministerio con participaci�n de los socialistas mayoritarios sino un ministerio de coalici�n de los partidos burgueses alemanes, coalici�n en la cual no falta sino la extrema derecha burguesa, el partido pan germanista, o sea el partido de la monarqu�a.

La Revoluci�n Alemana, despu�s de la insurrecci�n espartaquista, no ha hecho sino virar a la derecha, siempre a la derecha. Primero, el poder fue ejercido por los socialistas de la derecha y del centro, unidos; despu�s por los socialistas de la derecha solamente. M�s tarde, por los socialistas de la derecha, en colaboraci�n con los partidos burgueses m�s liberales.

Actualmente, por estos partidos burgueses, amparados en la neutralidad ben�vola de los socialistas de derecha, la Revoluci�n Alemana ha ido perdiendo cada vez m�s todo car�cter socialista, y afirm�ndose cada vez m�s en su car�cter democr�tico, en su car�cter burgu�s. Por eso ahora, se dice que la Revoluci�n Alemana no se ha consumado a�n. Que la Revoluci�n Alemana se ha iniciado no m�s.

Rodolfo Hilferding, antiguo l�der de los socialistas independientes, dijo en el Congreso de Halle en 1920: �Nosotros hemos dicho siempre que el 9 de diciembre no fue en un cierto sentido una verdadera revoluci�n. Nosotros hicimos todo lo posible, primero durante la guerra y despu�s al comienzo de la revoluci�n, por dar a �sta el aspecto m�s decisivo�. Y Walther Rathenau, l�der dem�crata, pensador notable de la burgues�a alemana, que, como recordar�is, fue asesinado hace un a�o por un nacionalista alem�n, en su notable libro La Triple Revoluci�n, emite opiniones muy interesantes sobre la fisonom�a y el alcance de la Revoluci�n Alemana. Walther Rathenau dice: �Nosotros llamamos Revoluci�n Alemana, a algo que fue la huelga general de un ej�rcito vencida�.

A continuaci�n Walther Rathenau se�ala que, mientras en Rusia exist�a una antigua preparaci�n revolucionaria, en Alemania no hab�a preparaci�n revolucionaria ninguna. El proletariado alem�n carec�a de est�mulos revolucionarios. Gozaba de un tenor de vida discretamente c�modo. Le era permitido vivir con higiene, con desahogo, con limpieza. Y hasta le era permitido ahorrar modestamente. El Estado ayudaba a las familias numerosas. En el orden econ�mico, e: proletariado alem�n hab�a hecho mayores con- quistas que proletariado alguno. Y por esto mismo se hab�a desinteresado de las conquistas en el orden pol�tico.

El Kaiser, la monarqu�a, se reservaban el manejo, la direcci�n de la pol�tica exterior e interior del Estado. Al proletariado esto no le preocupaba casi porque no rozaba ning�n inter�s inmediato suyo. En el proletariado alem�n no hab�a, por consiguiente, un real estado de con- ciencia revolucionaria. Mejor dicho, este estado de conciencia era demasiado embrionario, demasiado naciente, demasiado incipiente. La revoluci�n sorprendi�, pues, impreparado al proletariado alem�n. Naturalmente, de entonces ac� la preparaci�n revolucionaria del proletariado alem�n ha hecho camino. Hoy esa preparaci�n es mucho mayor que en 1918.

El Estado burgu�s vira cada d�a m�s a la derecha; pero las masas populares viran cada d�a m�s a la izquierda. Cada d�a manifiestan mayor saturaci�n, mayor conciencia, mayor preparaci�n revolucionarias. Precisamente, este apartamiento de los socialistas mayoritarios del gobierno, se ha operado bajo la presi�n de las masas.

Por todas esas razones, los actuales acontecimientos alemanes no son sino episodios de la Revoluci�n Alemana, el actual gobierno burgu�s de Alemania no es sino un per�odo, un cap�tulo de la Revoluci�n Alemana. La Revoluci�n Alemana no se ha consumado, porque una revoluci�n no se consuma en meses ni en a�os; pero tampoco ha abortado, tampoco ha fracasado. La Revoluci�n Alemana se ha iniciado �nicamente.. Nosotros estamos presenciando su desarrollo.

Un per�odo de reacci�n burguesa es un periodo de contraofensiva burguesa, pero no de derrota definitiva proletaria. Y, desde este punto de vista, que es l�gico, que es justo, que es exacto, que es hist�rico, el gobierno fascista, la reacci�n fascista en Italia, es un episodio, un cap�tulo, un per�odo de la Revoluci�n Italiana, de la guerra civil italiana. El fascismo est� en el gobierno; pero el proletariado italiano no ha capitulado, no se ha desarmado, no se ha rendido. Se prepara para la revancha.

Mientras tanto, el fascismo para llegar al gobierno ha necesitado pisotear los principios de la democracia, del parlamentarismo, socavar las bases institucionales del viejo orden de cosas, ense�ar al pueblo que el poder se conquista a trav�s de la violencia, demostrarle pr�cticamente que se conserva el poder s�lo a trav�s de la dictadura. Y todo esto es eminentemente revolucionario, profundamente revolucionario. Todo esto es un servicio a la causa de la revoluci�n.

En la pr�xima conferencia me ocupar� de la disoluci�n del Imperio Austro-H�ngaro y de la Revoluci�n H�ngara. Y entrar� luego en el examen de la Paz de Versalles, de aquella paz que ha sido el fracaso de las ilusiones democr�ticas de Wilson, y que ha dejado a Europa la herencia de esta situaci�n.

Pero esto no podr� ser el pr�ximo viernes por que el pr�ximo viernes ser� el 27 de julio, d�a de fuegos artificiales y de nochebuena, sino el viernes 4 de agosto.

 


NOTAS:

1 Pronunciada el viernes 20 de julio de 1923 en el local de la Federaci�n de Estudiantes (Palacio de la Exposi�ci�n). Una rese�a period�stica de esta conferencia se encuentra en La Cr�nica del 23 de julio del mismo a�o.

2 Revista pacifista que agrup� a destacadas Plumas europeas.

3 Una rama del Parlamento alem�n compuesto por el Reichstag o reuni�n de los diputados del pueblo. La otra era el Bundstag o reuni�n de los delegados de los Estados.

4 Ver Espartaco en el I.O.

5 Alemania sobre todos.

6 Sobre el pueblo.

7 Hasta el fin.

8 Peri�dico del socialismo mayoritario dirigido por Ebert y Scheideman, que opon�a al sentido revolucionario de los "espartaquistas" una moderada l�nea reformista.