OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

HISTORIA DE LA CRISIS MUNDIAL

  

 

NOVENA CONFERENCIA1

LA PAZ DE VERSALLES Y LA SOCIEDAD DE LAS NACIONES

LA Paz de Versalles es el punto de partida de todos los problemas econ�micos y pol�ticos de hoy El tratado de paz de Versalles no ha dado al mundo la tranquilidad ni el orden que de �l esperaban los Estados. Por el contrario ha aporta�do nuevas causas de inquietud, de desorden y de malestar. Ni siquiera ha puesto definitiva�mente fin a las operaciones marciales. Esta paz no ha pacificado al mundo. Despu�s de firmarla, Europa ha continuado en armas. Y hasta ha con�tinuado bati�ndose y ensangrent�ndose parcial�mente. Asistimos hoy mismo a la ocupaci�n del Ruhr que es una operaci�n militar. Y que crea entre Francia y Alemania una situaci�n casi b�lica. El tratado no merece, por tanto, el nombre de tratado de paz, Merece, m�s bien, el nombre de tratado de guerra.

Todos los estadistas, que acarician la ilusi�n de una reconstrucci�n europea, juzgan indispen�sable la revisi�n, la rectificaci�n, casi la anula�ci�n de este tratado que separa, enemista y frac�ciona a las naciones europeas; que hace imposi�ble, por consiguiente, una pol�tica de colabora�ci�n y solidaridad europeas; y que destruye la econom�a de Alemania, parte vital del organis�mo europeo. Con este motivo, el tratado de paz est� en discusi�n permanente. Su sanci�n, su ra�tificaci�n, su suscripci�n resultan provisorias. Uno de los principales beligerantes, Estados Uni�dos, le ha negado su adhesi�n y su firma. Otros beligerantes lo han abandonado. Alemania, en vista de la ocupaci�n del Ruhr, se ha negado a seguir cumpliendo las obligaciones econ�micas que sus cl�usulas le imponen. El estudio del tratado es, pues, de gran actualidad.

A los hombres de vanguardia, a los hombres de filiaci�n revolucionaria, el conocimiento y el examen de la Paz de Versalles nos interesa tambi�n extraordinariamente. Primero, porque este tratado y sus consecuencias econ�micas y pol�ticas son la prueba de la decadencia, del ocaso y de la bancarrota de la organizaci�n individualista, capitalista y burguesa. Segundo, porque ese tratado, su impotencia y su desprestigio, significan la impotencia y el desprestigio de la ideolog�a democr�tica de los pacifistas burgueses del tipo de Wilson, que creen compatible la seguridad de la paz con la subsistencia del r�gimen capitalista.

Veamos qu� cosa fue la Conferencia de Versalles. Y qu� cosa es el tratado de paz. Tenemos que remontarnos a la capitulaci�n, a la rendici�n de Alemania. Bien sab�is que Estados Unidos, por boca de Wilson, declararon oficialmente sus fines de guerra, a rengl�n seguido de su intervenci�n. En enero de 1918, Wilson formul� sus catorce famosos puntos. Estos catorce puntos, como bien sab�is, no eran otra cosa qua las condiciones de paz, por las cuales luchaban contra Alemania y Austria las potencias aliadas y asociadas. Wilson ratific�, aclar� y precis� estas condiciones de paz en varios discursos y mensajes, mientras los ej�rcitos se bat�an. Inglaterra, Francia e Italia aceptaron los catorce puntos de Wilson. Alemania estaba entonces en una posici�n militar ventajosa y superior. Como he explicado en mis anteriores conferencias, la propaganda wilsoniana debilit� primero y deshizo despu�s la fortaleza del frente alem�n, m�s que los refuerzos materiales norteamericanos. Las condiciones de paz preconizadas por Wilson ganaron a la mayor�a de la opini�n popular alemana. El pueblo alem�n dej� sentir su cansancio de la guerra, su voluntad de no seguir bati�ndose, su deseo de aceptar la paz ofrecida por Wilson. Los general�simos alemanes advirtieron que esta misma atm�sfera moral cund�a en el ej�rcito. Comprendieron que, en tales condiciones morales, era imposible proseguir la guerra. Y propusieron el en�tablamiento inmediato de negociaciones de paz. Lo propusieron, precisamente, como un medio de mantener la,, unidad moral del ej�rcito. Porque era necesario, demostrarle al ej�rcito, en todo ca�so, que el gobierno alem�n no prolongaba caprichosamente los sacrificios de la guerra y que estaba dispuesto a ponerles t�rmino, a cambio de una paz honrosa. Bajo esta presi�n, el gobierno alem�n comunic� al Presidente Wilson que acep�taba los catorce puntos y que solicitaba la apertura de negociaciones de paz. El 8 de octubre el Presidente Wilson pregunt� a Alemania si; aceptadas las condiciones planteadas, su objeto era simplemente llegar a una inteligencia sobre los detalles, de su aplicaci�n. La respuesta de Alemania, de fecha 12 de octubre, fue afirma�tiva. Alemania se adher�a, sin reservas, a los catorce puntos. El 14 de octubre, Wilson plante� las siguientes cuestiones previas: las condiciones del armisticio ser�an dictadas por los consejeros militares de los aliados; la guerra submarina cesar�a inmediatamente; el gobierno alem�n da�r�a garant�as de su car�cter representativo. El 20 de octubre Alemania se declar� de acuerdo con las dos primeras cuestiones. En cuanto a la tercera respondi� que el gobierno alem�n estaba sujeto al control del Reichstag. El 23 de octubre Wilson comunic� a Alemania que hab�a enterado oficialmente a los aliados de esta corresponden�cia, invit�ndoles a que, en el caso de que quisiesen la paz en las condiciones indicadas, encar�gasen a sus consejeros militares la redacci�n de las condiciones del armisticio. Los consejeros mi�litares aliados, presididos por Foch, discutieron y elaboraron estas condiciones. En virtud de ellas, Alemania quedaba; desarmada e incapacitada pa�ra proseguir la guerra.  Alemania,  sin embargo, se someti�. Nada ten�a que temer de las condi�ciones de paz. Las condiciones de paz estaban ya acordadas expl�citamente. Las negociaciones r�o ten�an, por finalidad, sino "la protocolizaci�n de la forma de aplicarlas.

Alemania capitul�, pues, en virtud del compromiso aliado de que la paz se ce�ir�a a los ca�torce puntos de Wilson y a las otras condiciones sustanciales enunciadas por Wilson en sus men�sajes y discursos. No se trataba sino de coordinar los detalles de una paz, cuyos lineamientos ge�nerales estaban ya fijados. La paz ofrecida por los aliados a Alemania era una paz sin anexiones ni indemnizaciones, una paz que aseguraba a los vencidos su integridad territorial, una paz que no echaba sobre sus espaldas el fardo de las obliga�ciones econ�micas de los vencedores, una paz que garantizaba a los vencidos su derecho, a la vida, a la independencia, a la prosperidad. So�bre la base de estas garant�as Alemania y Aus�tria depusieron las armas. �Qu� importaba mo�ralmente que esas garant�as no estuviesen a�n escritas en un tratado, en un documento suscrito por unos y otros beligerantes! No, por eso, eran menos categ�ricas, menos expl�citas, ni me�nos terminantes.

Veamos ahora c�mo fueron respetadas, c�mo fueron cumplidas, c�mo fueron mantenidas por los aliados. La historia de la Conferencia de Ver�salles es conocida en sus aspectos externos e �n�timos. Varios de los hombres que intervinieron en la conferencia han publicado libros relativos a su funcionamiento, a su labor y a su ambiente. Son universalmente conocidos el libro de Keynes, delegado econ�mico de Inglaterra, el libro de Lansing, Secretario de Estado de Norteam�rica, el libro de Andr�s Tardieu, delegado de Francia y colaborador principal de Clemenceau, el libro de Nitti, delegado italiano y Ministro del Tesoro de Orlando. Adem�s, Lloyd George, Clemenceau, Poincar�, Foch, han hecho diversas declaraciones acerca de las intimidades de la conferencia de Versalles. Se dispone, por tanto, de la cantidad necesaria de testimonios autorizados para juz�gar, documentadamente, la conferencia y el tra�tado. Todos los testimonios que he enumerado son testimonios aliados. No deseo recurrir a los testimonios alemanes para que no se les tache de parcialidad, de despecho, de encono.

Todas las potencias participantes enviaron a la conferencia delegaciones numerosas. Principalmente, las grandes potencias aliadas rodearon a sus delegados de verdaderos ej�rcitos de peritos, t�cnicos y auxiliares Pero estas comisiones no intervinieron sino en la elaboraci�n de las cl�u�sulas secundarias del tratado. Las cl�usulas sus�tantivas, los puntos cardinales de la paz, fueron acordados exclusivamente por cuatro hombres: Wilson, Clemenceau, Lloyd George y Orlando. Estos cuatro hombres constitu�an el c�lebre Con�sejo de los Cuatro. Y de ellos Orlando tuvo en las labores del Consejo una intervenci�n intermiten�te, localista y limitada. Orlando casi no se ocup� de las cuestiones especiales de Italia. La paz fue as�, en consecuencia, obra de Wilson, Clemenceau y Lloyd George �nicamente. De estos tres hom�bres, ten s�lo Wilson ambicionaba seriamente una paz basada en los catorce puntos y en su ideo�log�a democr�tica. Clemenceau aspiraba, sobre todo, a una paz ventajosa para Francia, dura, �spera, inexorable para Alemania. Lloyd George se opon�a a que Alemania fuese tratada inclemen�temente, no por adhesi�n al programa wilsoniano sino por inter�s de que Alemania no resultase expoliada hasta el punto de comprometer su con�valecencia y, por consiguiente, la reorganizaci�n capitalista de Europa. Pero Lloyd George ten�a, al mismo tiempo, que considerar la posici�n par�lamentaria de su gobierno. La opini�n p�blica inglesa quer�a una paz que impusiese a Alema�nia el pago de todas las deudas de guerra. El contribuyente ingl�s no quer�a que recayesen sobre �l las obligaciones econ�micas de la gue�rra. Quer�a que recayesen sobre Alemania. Las elecciones legislativas se efectuaron en Inglate�rra antes de la suscripci�n de la paz. Y Lloyd George, para no ser vencido en las elecciones, tuvo que incorporar en su plataforma electoral esa aspiraci�n del contribuyente ingl�s. Lloyd George, en su palabra, se comprometi� con el pueblo ingl�s a obligar a Alemania al pag� integral del costo de la guerra. Clemenceau, a su turno, era solicitado por la opini�n p�bli�ca francesa en igual sentido. Eran los d�as de�lirantes de la victoria. Ni el pueblo franc�s, ni el pueblo ingl�s, dispon�an de serenidad para razonar, para reflexionar: su pasi�n y su ins�tinto oscurec�an su inteligencia, su discernimien�to. Tras de Clemenceau y tras de Lloyd George hab�an, por consiguiente, dos pueblos que de�seaban la expoliaci�n de Alemania. Tras de Wil�son, no hab�a, en tanto, un pueblo devotamen�te solidario con los catorce puntos. Antes bien, la opini�n norteamericana se inclinaba, ego�s�tamente, al abandono de algunos anhelos l�ri�cos de Wilson. Wilson trataba, con jefes de Es�tado, parlamentariamente fuertes, due�os de ma�yor�as numerosas en sus c�maras respectivas. A �l le faltaba, en tanto, en los Estados Unidos, esta firme adhesi�n parlamentaria. Tenemos aqu� una de las causas de las transacciones y de las concesiones de Wilson en el curso de las confe�rencias. Pero otra de las causas no era, como �sta, una causa externa. Era una causa interna, una causa psicol�gica. Wilson se encontraba fren�te a. dos pol�ticos redomados, astutos, expertos en la trapacer�a, en el sofisma y en el enga�o. Wil�son era un ingenuo profesor universitario, un personaje un poco sacerdotal, utopista y hier�ti�co, un tipo algo m�stico de puritano y de pastor protestante. Clemenceau y Lloyd George eran, en cambio, dos pol�ticos cautos, consumados y duches, largamente entrenados para el enredo di�plom�tico Dos estrategas h�biles y experimenta�dos. Dos falaces zorros de la pol�tica burguesa. Keynes dice, adem�s, que Wilson no llev� a la conferencia de la paz sino principios generales, pero no ideas concretas en cuanto a su aplica�ci�n, Wilson no conoc�a detalladamente las cues�tiones europeas consideradas por sus catorce pun�tos. A los aliados les fue f�cil, por esto, presen�tarle la soluci�n en cada una de estas cuestiones con un ropaje idealista y doctrinario. No rega�teaban a Wilson la adhesi�n a ninguno de sus principios; pero se daban ma�a para burlados en la pr�ctica y en la realidad, Redactaban as�tutamente las cl�usulas del tratado, de suerte que dejasen resquicio a las interpretaciones conve�nientes para invalidar los mismos principios que, aparentemente, esas cl�usulas consagraban y re�conoc�an. Wilson carec�a de experiencia, de perspicacia para descubrir el sentido de todas las interl�neas, de todos los giros gramaticales de cada cl�usula. El tratado de Versalles ha sido, desde este punto de vista, una obra maestra de tinterillismo de los m�s sagaces y ma�osos abogados del mundo.

El programa de Wilson garantizaba a Alemania la integridad de su territorio. El Tratado de Versalles separa de Alemania la regi�n del Sarre, poblada por seiscientos mil alemanes. El sentimiento de esa regi�n es indiscutiblemente alem�n. El tratado establece, sin embargo, que despu�s de quince a�os un plebiscito decidir� la nacionalidad definitiva de esa regi�n. En seguida, el tratado amputa a Alemania otras poblaciones alemanas para d�rselas a Polonia y a Checoeslovaquia. Finalmente decide la ocupaci�n por quince a�os de las provincias de la ribera izquierda del Rhin, que contienen una poblaci�n de seis millones de alemanes. Varios millones de alemanes han sido arbitrariamente colocados bajo banderas extra�as a su nacionalidad verdadera, en virtud de un tratado que, conforme al programa de Wilson, debi� ser un tratado de paz sin anexiones de ninguna clase.

El programa de Wilson garantizaba a Alemania una paz sin indemnizaciones. Y el Tratado de Versalles la obliga, no s�lo a la reparaci�n de los da�os causados a las poblaciones civiles, a la reconstrucci�n de las ciudades devastadas, sino tambi�n al pago de las pensiones de los parientes de las v�ctimas de la guerra y de los inv�lidos. Adem�s, la computaci�n de estas sumas es hecha inapelablemente por los aliados, interesados naturalmente en exagerar el monto de esas sumas. La fijaci�n del monto de esta indemnizaci�n de guerra no ha sido a�n concluida. Se discute ahora la cantidad que Alemania est� en aptitud de pagar.

El programa de Wilson garantizaba la ejecuci�n del principio de los pueblos a disponer de s� mismos. Y el tratado de paz niega a Austria este derecho. Los austr�acos, como sab�is, son hombres de raza, de tradici�n y de sentimiento alemanes. Las naciones de raza diferente, Bohemia, Hungr�a, Croacia, Dalmacia, incorporadas antes en el Imperio Austro-H�ngaro, han ido independizadas de Austria que ha quedado reducida a una peque�a naci�n de poblaci�n netamente germana, netamente alemana. A esta naci�n, el tratado de paz le niega el derecho de unirse a Alemania. No se lo niega expl�citamente, porque el tratado, como ya he dicho, es un documento de refinada hipocres�a; pero se lo niega disfrazada e indirectamente. El tratado de paz dice que Austria no podr� unirse a otra naci�n sin la anuencia de la Sociedad de las Naciones. Y dice, en seguida, en una disposici�n de apariencia inocente, que el consentimiento de la Sociedad de las Naciones debe ser un�nime. Un�nime, esto es que si un miembro de la Sociedad de las Naciones, uno solo, Francia, por ejemplo, rehusa su consentimiento, Austria no puede disponer de s� misma. Esta es una de las astutas burlas de sus catorce puntos, que los gobernantes aliados consiguieron jugar a Wilson en el tratado de paz.

El tratado de paz, por otra parte, ha despojado a Alemania de todos sus bienes inmediatamente negociables. Alemania, en virtud del tratado, ha sido despose�da no s�lo de su marina de guerra sino, adem�s, de su marina mercante. Al mismo tiempo, se le ha vetado, indirectamente, la reconstrucci�n de esta marina mercante, imponi�ndosele la obligaci�n de construir en, sus astilleros, durante cinco a�os, los vapores que los aliados:, necesiten. Alemania ha sido despose�da de todas sus colonias y de todas las propiedades del Estado alem�n existentes en ellas: ferrocarriles, obras p�blicas, etc. Los aliados se han reservado, adem�s, el derecho de expropiar, sin indemnizaci�n alguna, la propiedad privada de los s�bditos alemanes residentes en esas colonias. Se han reservado el mismo derecho respecto a la propiedad de los s�bditos alemanes residentes en Alsacia y Lorena y en los pa�ses aliados o sus colonias. Alemania ha sido despose�da de las minas de carb�n del Sarre, que pasan a propiedad definitiva de Francia, mientras a los habitantes de la regi�n se les acuerda el derecho a elegir, dentro de quince a�os, la soberan�a que prefieran. El pretexto de la entrega de estas minas de carb�n a Alemania reside en los da�os causa�dos por la invasi�n alemana a las minas de car�b�n de Francia; pero el tratado contempla en otra cl�usula la reparaci�n de estos da�os, im�poniendo a Alemania la obligaci�n de consignar anualmente a Francia una cantidad de carb�n, igual a la diferencia entre la producci�n actual de las minas destruidas o da�adas y su producci�n de antes de la guerra. Esta imposici�n del tra�tado a Alemania asegura a Francia una cantidad de carb�n anual id�ntica a la que le daban sus minas antes de la invasi�n alemana. A pesar de esto, en el nombre de los da�os sufridos por las minas francesas durante la guerra, se ha encon�trado necesario, adem�s, despojar a Alemania de las minas del Sarre. Alemania, en fin, ha sido despose�a del derecho de abrir y cerrar sus fron�teras a quien le convenga. El tratado la obliga a dispensar a las naciones aliadas, sin derecho alguno a reciprocidad, el tratamiento aduanero acordado a la naci�n m�s favorecida. En una pa�labra, la obliga a que franquee sus fronteras a la invasi�n de mercader�as extranjeras, sin que sus mercader�as gocen de la misma franquicia aduanera para ingresar en los pa�ses aliados y asociados.

Para enumerar todas las expoliaciones que el tratado de paz inflige a Alemania necesitar�a hablar toda la noche. Necesitar�a, adem�s, entrar en una serie de pormenores t�cnicos o estad�sti�cos, fatigantes y �ridos. Basta a mi juicio con la ligera enumeraci�n que ya he hecho para que os form�is una idea de la magnitud de las car�gas econ�micas arrojadas sobre Alemania por el tratado de paz. El tratado de paz ha quitado a Alemania todos los medios de restaurar su econo�m�a; ha mutilado su territorio; y ha suprimido virtualmente su independencia y su soberan�a. El tratado de paz ha dado a la Comisi�n de Repa�raciones, verdadero instrumento de extorsi�n y de tortura, la facultad de intervenir a su antojo en la vida econ�mica alemana.

Los aliados han cuidado de que el tratado de paz ponga en sus manos la suerte econ�mica de Alemania. Ellos mismos han tenido que renunciar a la aplicaci�n de muchas cl�usulas que les entregaban la vida de Alemania. El tratado, por ejemplo, da derecho a, los aliados a reclamar el oro que posee el estado alem�n; pero, como este oro es el respaldo de la moneda alemana, los aliados han tenido que abstenerse de exigir su entrega, para evitar que, por falta de respaldo met�lico, la moneda alemana perdiese todo valor. El tratado es as�, en gran parte, inejecutable. Y tiene por eso toda la virtualidad de un nudo corredizo puesto al cuello de Alemania. Los aliados no tienen sino que tirar de ese nudo corredizo para matar a Alemania. Actualmente la discusi�n entre Francia e Inglaterra no tiene otro sentido que �ste: Francia cree en la conveniencia de asfixiar a Alemania, cuya vida est� en sus manos; Inglaterra no cree en la conveniencia de acabar con la vida de Alemania. Teme que la descomposici�n del cad�ver alem�n infecte mortal- mente la atm�sfera europea.

El tratado de paz, en suma, reniega los principios de Wilson, en el nombre de los cuales capitul� Alemania. El tratado de paz no ha respetado las condiciones ofrecidas a Alemania para inducirla a rendirse. Los aliados suelen decir que Alemania debe resignarse a su suerte de naci�n vencida. Que Alemania ha perdido la guerra. Que los vencedores son due�os de imponerle una paz dura. Pero estas afirmaciones tergiversan y adulteran la verdad. El caso de Alemania no ha sido �ste. Los aliados, precisamente con el objeto de decidir a Alemania a la paz, hab�an declarado previamente sus condiciones. Y se hab�an empe�ado solemnemente a respetarlas y mantener- las. Alemania capitul�, Alemania se rindi�; Alemania depuso las armas, sobre la base de esas condiciones. No hab�a, pues, derecho para imponer a Alemania, desarmada, una paz dura e inclemente. No hab�a derecho a cambiar las condiciones de paz.

�C�mo pudo tolerar Wilson este desconocimiento, esta violaci�n de su programa? Ya he explicado en parte este hecho. Wilson, en unos casos, fue colocado ante una serie de tergiversadores h�biles, tinterillescas, hip�critas, de la aplicaci�n de sus principios. Wilson, en otros casos, transigi� con los puntos de vista de Francia, B�lgica, Inglaterra, a sabiendas de que atacaban su programa. Pero transigi� a cambio de la aceptaci�n de la idea de la Sociedad de las "Naciones. A juicio de Wilson, nada importaba que algunas de sus aspiraciones, la libertad de los mares, por ejemplo, no consiguiese una realizaci�n inmediata en el tratado. Lo esencial, lo importante era que el n�mero cardinal de su programa no fracasase. Ese n�mero cardinal de su programa era la Sociedad de las Naciones. La Sociedad de las Naciones, pensaba Wilson, har� realizable ma�ana lo que no es realizable hoy mismo. La reorganizaci�n del mundo, sobre la base de los catorce puntos, estaba autom�ticamente asegurada con la existencia de la Sociedad de las Naciones. Wilson se consolaba, en medio de sus m�s dolorosas con- cesiones; con la idea de que la Sociedad de las Naciones se salvaba.

Algo an�logo pas� en el esp�ritu de Lloyd George. Lloyd George resisti� a muchas de las exigencias francesas. Lloyd George combati�, por ejemplo, la ocupaci�n militar de la ribera izquierda del Rhin. Lloyd George se esforz� porque el tratado no mutilase ni atacase la unidad alemana. Pero Lloyd George cedi� a las demandas francesas porque pens� que no era el momento de discutirlas. Crey� Lloyd George que, poco a poco, a medida que se desvaneciese el delirio de la victoria, se conseguir�a la rectificaci�n paulatina de las cl�usulas inejecutables del tratado. Por el momento lo que urg�a era entenderse. Lo que urg�a era suscribir el tratado de paz, sin reparar en muchos de sus defectos. Todo lo que en el tratado exist�a de absurdo ir�a desapareciendo sucesivamente en virtud de progresivas rectificaciones y progresivos compromisos. Por lo pronto, urg�a firmar la paz. M�s tarde se ver�a la manera de mejorarla y de componerla. No hab�a necesidad de re�ir te�ricamente sobre las consecuencias del Tratado de Versalles. La realidad se encargar�a de constre�ir a las naciones interesadas a reconocer esas consecuencias y a acomodar su conducta a las necesidades que esas consecuencias creasen.

El pensamiento de Wilson, en una palabra, sera: El tratado es imperfecto; pero a Sociedad de las Naciones lo mejorar�. El pensamiento de Lloyd George era: El Tratado es absurdo; pero la fuerza de la realidad, la presi�n de los hechos se encargar�n de corregirlo.

Pero la Sociedad de las Naciones era una ilusi�n de la ideolog�a de Wilson. La Sociedad de las Naciones ha quedado reducida a un nuevo e impotente tribunal de La Haya. Conforme a la ilusi�n de Wilson, la Sociedad de las Naciones deb�a haber comprendido a todos los pa�ses de la civilizaci�n occidental. Y a trav�s de ellos a todos los pa�ses del mundo, porque los pa�ses de la civilizaci�n occidental ser�an mandatarios de los pa�ses de las otras civilizaciones del Africa, Asia, etc. Pero la realidad es otra. La Sociedad de las Naciones no comprende siquiera a la totalidad de las naciones vencedoras. Estados Unidos no ha ratificado el Tratado de Versalles ni se ha adherido a la Sociedad de las Naciones. Alemania, Austria, Turqu�a y otras naciones europeas son excluidas de la Sociedad y colocadas bajo su tutelaje. Rusia, que pesa en la econom�a europea con todo el peso de sus ciento veinte millones de habitantes, no forma parte de la Sociedad de las Naciones. M�s a�n, domina en ella un r�gimen antag�nico del r�gimen representado por la Sociedad de las Naciones. Dentro de la Sociedad de las Naciones se reproducir�a el peligroso equilibrio continental. Unas naciones se aliar�an con otras. La Sociedad de las Naciones deb�a haber puesto t�rmino al sistema de las alianzas. Vemos, sin embargo, que Checoeslavia, Yugoeslavia y Rumania han constituido una alianza, la Petite Entente; que los pactos de grupos de naciones se renuevan. La Sociedad de las Naciones, sobre todo, no es tal Sociedad de las Naciones. Es una sociedad de gobiernos; es una sociedad de Estados, es una liga del r�gimen capitalista. La Sociedad de las Naciones cuenta con la adhesi�n de las clases dominante; pero no cuenta con la adhesi�n de la, clase dominada. La Sociedad de las Naciones es la Internacional del Capitalismo; pero no la Internacional de los Pueblos. Ninguna na�ci�n quiere renunciar a un derecho dado en favor de la Sociedad de las Naciones. Decidle a Fran�cia que someta el problema de las reparaciones a la Sociedad de las Naciones. Francia respon�der� que el problema de las reparaciones es un problema suyo; que no es un problema de la So�ciedad de las Naciones. La Sociedad de las Na�ciones es, a lo sumo, interesante como una ex�presi�n del fen�meno internacionalista. La bur�gues�a ha concebido la idea de la Sociedad de las Naciones bajo la presi�n de fen�menos que le in�dican que la vida humana se ha solidarizado, se ha internacionalizado. La idea de la Sociedad de las Naciones es desde este punto de vista, com�pa�eros, un homenaje involuntario de la burgue�s�a a nuestro ideal proletario y clasista del inter�nacionalismo.

Yo he hablado, compa�eros, de estas cuestio�nes, igualmente lejano de toda francofilia y de toda germanofilia. Yo no soy, no puedo ser ni german�filo ni franc�filo. Mis simpat�as no est�n con una naci�n ni con otra. Mis simpat�as est�n con el proletariado universal. Mis simpat�as acompa�an del mismo modo al proletariado ale�m�n que al proletariado franc�s. Si yo hablo de la Francia oficial con alguna agresividad de len�guaje y de l�xico es porque mi temperamento es un temperamento pol�mico, beligerante y com�bativo. Yo no s� hablar unciosamente, eufem�sti�camente, mesuradamente, como hablan los cate�dr�ticos y los diplom�ticos. Tengo ante las ideas, y ante los acontecimientos, una posici�n de pol�mica. Yo estudio los hechos con objetividad; pe�ro me pronuncio sobre ellos sin limitar, sin cohi�bir mi sinceridad subjetiva. No aspiro al t�tulo de hombre imparcial; porque me ufano por el con�trario de mi parcialidad, que coloca mi pensa�miento, mi opini�n y mi sentimiento al lado de los hombres que quieren construir, sobre los es�combros de la sociedad vieja, el armonioso edifi�cio de la sociedad nueva.

 


NOTA:

1 Pronunciada el viernes 31 de agosto de 1923 en el local de la Federaci�n de Estudiantes (Palacio de la Exposi�ci�n). Se public� �ntegramente en Amauta, N� 31, Lima, junio-julio de 1930. La rese�a period�stica apare�ci� en La Cr�nica del 6 de noviembre de 1923.