OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

HISTORIA DE LA CRISIS MUNDIAL

  

 

CUARTA CONFERENCIA1

LA INTERVENCION DE ITALIA EN LA GUERRA

YO no olvido durante mis lecciones que este curso es, ante todo, un curso popular, un curso de vulgarizaci�n. Trato de emplear siempre un lenguaje sencillo y claro y no un lenguaje complicado y t�cnico. Pero, con todo, al hablar de t�picos pol�ticos, econ�micos, sociales no se puede prescindir de ciertos t�rminos que tal vez no son comprensibles a todos. Yo uso lo menos que puedo la terminolog�a t�cnica; pero en muchos casos tengo que usarla, aunque siempre con mucha parquedad.

Mi deseo es que esta clase sea accesible no s�lo a los iniciados en ciencias sociales y ciencias econ�micas sino a todos los trabajadores de esp�ritu atento y estudioso. Y, por eso, cuando uso l�xico oscuro, cuando uso t�rminos poco usuales en el lenguaje vulgar, lo llago con mucha medida. Y trato de que estos per�odos de mis lecciones resulten, en el peor de los casos, par�ntesis pasajeros, cuya comprensi�n no sea indispensable para seguir y asimilar las ideas generales del curso. Esta advertencia me parece �til, de una parte para que los iniciados en ciencias sociales y econ�micas se expliquen por qu�, en muchos casos, no recurro a una terminolog�a t�cnica que consentir�a mayor concisi�n en la exposici�n de las ideas y en el comentario de los fen�menos; y de otra parte, no obstante mi voluntad, por qu� no puedo en muchos casos emplear un lenguaje popular y elemental.

A los no iniciados debo recordarles tambi�n que �stas son clases y no discurso. Por fuerza tienen que parecer a veces un poco �ridas.

En las anteriores conferencias, primero al examinar la mentalidad de ambos grupos belige�rantes y, luego, al examinar la conducta de los partidos socialistas y organizaciones sindical; hemos determinado el car�cter de la guerra mundial.

Y hemos visto por qu� sus m�s profundos co�mentadores la han llamado guerra absoluta. Gue�rra absoluta, esto es guerra de naciones, guerra de pueblos y no guerra de ej�rcitos. Adriano Tilgher llega a la siguiente conclusi�n: �La guerra absoluta ha sido vencida por aquellos gobiernos que han sabido conducirla con su mentalidad adecuada, d�ndole fines capaces de resultar mi�tos, estados de �nimo, pasiones y sentimientos populares, en este sentido nadie m�s que Wil�son, con su predicaci�n cu�quero-democr�tica2 ha contribuido a reforzar los pueblos de la En�tente en la persuasi�n inconmovible de la justicia de su causa y en el prop�sito de continuar la guerra hasta la victoria final. Quien, en cam�bio, ha conducido la guerra absoluta con men�talidad de guerra diplom�tica o relativa o ha si�do vencido (Rusia, Austria, Alemania) o ha co�rrido gran riesgo de serlo (Italia)�.

Esta conclusi�n de Adriano Tilgher define muy bien la significaci�n principal de la intervenci�n de los Estados Unidos, as� como la fisonom�a de la guerra italiana. Me ha parecido, por esto, oportuno, citarla al iniciar la clase de esta noche, en la cual nos ocuparemos, primeramente, de la intervenci�n italiana y de la intervenci�n norteamericana.

Italia intervino en la guerra, m�s en virtud de causas econ�micas que en virtud de causas diplom�ticas y pol�ticas. Su suelo no le permi�t�a alimentar con sus propios productos agr�co�las sino, escasamente, a dos tercios de su po�blaci�n.

Italia ten�a que importar trigo y otros art�culos indispensables a un tercio de su poblaci�n, y ten�a, al mismo tiempo, que exportar las manu�facturas, las mercader�as, los productos de su trabajo y de su industria en proporci�n sufi�ciente para pagar ese trigo y esos art�culos ali�menticios y materias primas que le faltaban. Por consiguiente, Italia estaba a merced como est� tambi�n hoy, de la potencia due�a del dominio de los mares. Sus importaciones y sus exportaciones, indispensables a su vida, depend�an, en una palabra, de Inglaterra.

Italia carec�a de libertad de acci�n. Su neu�tralidad era imposible. Italia no pod�a ser, como Suiza, como Holanda, una espectadora de la guerra. Su rol en la pol�tica europea era dema�siado considerable para que, desencadenada una guerra continental, no la arrastrase. No habi�n�dose puesto al lado de los austro-h�ngaros, era inevitable para Italia ponerse al lado de los alia�dos. Italia era verdadera prisionera de las na�ciones aliadas.

Estas circunstancias condujeron a Italia a la intervenci�n. Las razones diplom�ticas eran, comparativamente, de menor cuant�a. Probable�mente no habr�an bastado para obligar a Ita�lia a la intervenci�n. Pero sirvieron, por su�puesto, para que los elementos intervencionistas crearan una corriente de opini�n favorable a la guerra. Los elementos intervencionistas eran en Italia de dos clases. Los unos se inspiraban en ideales nacionalistas y revanchistas y ve�an en la guerra ocasi�n de reincorporar a la naci�n italiana los territorios irredentos de Trento y Trieste. Ve�an, adem�s, en la guerra, una aven�tura militar, f�cil y gloriosa, destinada a engrandecer la posici�n de Italia en Europa y en el mundo. Los otros elementos intervencionistas se inspiraban en ideales democr�ticos, an�logos a los que m�s tarde patrocin� Wilson, y ve�an en la guerra una cruzada contra el militarismo pru�siano y por la libertad de los pueblos. El go�bierno italiano tuvo en cuenta los ideales de los nacionalistas al concertar la intervenci�n de Italia en la guerra.

Entre los aliados e Italia se suscribi� el pacto a secreto de Londres. Este pacto secreto, este c�le�bre Pacto de Londres, publicado despu�s por los, bolcheviques, establec�a la parte que tocar�a a Italia en los frutos de la victoria. Este pacto, en suma, empeque�ec�a la entrada de Italia en la guerra. Italia no interven�a en la guerra en el nombre de un gran ideal, en el nombre de un gran mito, sino en el nombre de un inter�s na�cional. Pero esta era la verdad oculta de las cosas. La verdad oficial era otra. Conforme a la verdad oficial, Italia se bat�a por la libertad de los pueblos d�biles, etc. En una palabra, pa�ra el uso interno se adoptaban las razones de los intervencionistas nacionalistas y revanchistas; para el uso externo se adoptaban las razones de los intervencionistas democr�ticos: Y se callaba la raz�n fundamental: la necesidad en que Italia se encontraba o se hallaba de intervenir en la contienda, en la imposibilidad material de per�manecer neutral. Por eso dice Adr�ano Tilgher que, en un principio, la guerra italiana fue con�ducida con mentalidad de guerra relativa, de guerra diplom�tica. Las consecuencias de esta pol�tica se hicieron sentir muy pronto.

Durante la primera fase de la guerra italiana, hubo en Italia una fuerte corriente de opini�n neutralista. No solamente eran adversos a la guerra los socialistas. Tambi�n lo eran los giolittianos, Giolitti y sus partidarios, o sea un nu�meroso grupo burgu�s. Justamente la existencia de este n�cleo de opini�n burguesa neutralista consinti� a los socialistas actuar con mayor li�bertad, con mayor eficacia, dentro de un am�biente b�lico menos asfixiantemente b�lico que los socialistas de los otros pa�ses beligerantes. Los socialistas aprovecharon de esta divisi�n del frente burgu�s para afirmar la voluntad pacifis�ta del proletariado.

La "uni�n sagrada", la fusi�n de todos los par�tidos en uno solo, el Partido de la Defensa Na�cional, no era, pues, completa en Italia. El pue�blo italiano no sent�a un�nimemente la guerra. Fueron estas causas pol�ticas, estas causas psico�l�gicas, m�s que toda causa militar, las que originaron la derrota de Caporetto,3 la retirada desastrosa de las tropas italianas ante la ofensiva austro-h�ngara. Y la prueba d� esto la tenemos en la segunda fase de la guerra italiana.

Despu�s de Caporetto, hubo una reacci�n en la pol�tica, en la opini�n italiana. El pueblo em�pez� a sentir de veras la necesidad de empe�ar en la guerra todos sus recursos.

Los neutralistas giolittianos se adhirieron a la "uni�n sagrada". Y desde ese momento no fue ya s�lo el ej�rcito italiano, respaldado por un gobierno y una corriente de opini�n intervensionista quien combati� contra los austro-alema�nes. Fue casi todo el pueblo italiano. La guerra dej� de ser para Italia guerra relativa. Y em�pez� a ser guerra absoluta.

Comentadores superficiales que atribuyeron a la derrota de Caporetto causas exclusivamente militares, atribuyeron luego a la reacci�n ita�liana causas militares tambi�n. Dieron una im�portancia exagerada a las tropas y a los recursos militares enviados por Francia al frente italia�no. Pero la historia objetiva y. documentada de la guerra italiana nos ense�a que estos refuer�zos fueron, en verdad, muy limitados y estuvie�ron destinados, m�s que a robustecer num�ricamente el ej�rcito italiano, a robustecerlo moral�mente. Resulta en efecto que Italia, en cambio de los refuerzos franceses recibidos, envi� a Francia algunos refuerzos italianos.

Hubo canje de tropas entre el frente italiano y el frente franc�s. Todo esto tuvo una impor�tancia secundaria en la reorganizaci�n del frente italiano. La reacci�n italiana no fue una reacci�n militar; fue una reacci�n moral, una reacci�n pol�tica.           

Mientras fue d�bil el frente pol�tico italiano, fue d�bil tambi�n el frente militar. Desde que empez� a ser fuerte el frente pol�tico, empez� a ser fuerte tambi�n el frente militar. Porque, as� en este aspecto de la guerra mundial, como en todos sus otros grandes aspectos, los factores po�l�ticos, los factores morales, los factores psicol�gicos tuvieron mayor trascendencia que los fac�tores militares.

La confirmaci�n de esta tesis la encontrare�mos en el examen de la eficacia de la interven�ci�n americana. Los Estados Unidos aportaron a los aliados no s�lo un valioso concurso moral y pol�tico.

Los discursos y las proclamas de Wilson de�bilitaron el frente alem�n m�s que los soldados norteamericanos y m�s que los materiales de guerra americanos, es decir, norteamericanos.

As� lo acreditan los documentos de la derrota alemana. As� lo establecen varios libros autori�zados, entre los cuales citar�, por ser uno de los m�s conocidos, el libro de Francisco Nitti Eu�ropa sin paz.4 Los discursos y las proclamas de Wilson socavaron profundamente el frente aus�tro-alem�n. Wilson hablaba del pueblo alem�n como de un pueblo hermano. Wilson dec�a: �No�sotros no hacemos la guerra contra el pueblo alem�n, sino contra el militarismo prusiano�. Wil�son promet�a al pueblo alem�n una paz sin ane�xiones ni indemnizaciones.

Esta propaganda, que repercuti� en todo el mundo, creando un gran volumen de opini�n en favor de la causa aliada, repercuti� tambi�n en Alemania y Austria. El pueblo alem�n sinti� que la guerra no era ya una guerra de defensa na�cional. Austria, naturalmente, fue conmovida mu�cho m�s que Alemania por la propaganda wil�soniana. La propaganda wilsoniana estimul� en Bohemia, en Hungr�a, en todos los pueblos in�corporados por la fuerza al Imperio Austro-H�ngaro, sus antiguos ideales de independencia nacional.

Los efectos de este debilitamiento del frente pol�tico alem�n y del frente pol�tico austr�aco ten�an que manifestarse, necesariamente, a ren�gl�n seguido del primer quebranto militar. Y as� fue. Mientras el gobierno alem�n y el gobier�no austriaco pudieron mantener con vida la es�peranza de la victoria, pudieron, tambi�n, con�servar la adhesi�n de sus pueblos a la guerra. Apenas esa esperanza empez� a desaparecer las cosas cambiaron.

El gobierno alem�n y el gobierno austriaco perdieron el control de las masas, minadas por la propaganda wilsoniana.

La ofensiva de los italianos en el Piave en�contr� un ej�rcito enemigo poco dispuesto a ba�tirse hasta el sacrificio. Divisiones enteras de checoeslavos capitularon. El frente austriaco se deshizo. Y este desastre militar y moral reso�n� inmediatamente en el frente alem�n. El fren�te alem�n estaba, no obstante la vigorosa ofen�siva alemana, militarmente intacto. Pero el frente alem�n estaba, en cambio, pol�tica y moral�mente quebrantado y franqueado.

Hay documentos que describen el estado de �nimo de Alemania en los d�as que precedieron a la capitulaci�n. Entre esos documentos citar� las Memorias de Ludendorff, las Memorias de Hin�denburg y las Memorias de Erzberger, el l�der del Centro Cat�lico alem�n, asesinado por un nacionalista, por su adhesi�n a la Revoluci�n y a la Rep�blica Alemana y a la paz de Versalles. Tanto Ludendorff como Hindenburg y como Erz�berger nos enteran de que el Kaiser, consideran�do �nicamente el aspecto militar de la situaci�n, alent� hasta el �ltimo momento la esperanza de una reacci�n del ej�rcito alem�n que permi�tiese obtener la paz en las mejores condiciones.

El Kaiser pensaba: �Nuestro frente militar no ha sido roto�. Quienes lo rodeaban sab�an  que ese frente militar, inexpugnable aparentemente al enemigo, estaba ganado por su propaganda pol�tica. No hab�a sido a�n roto materialmente; pero s� invalidado moralmente. Ese frente mi�litar no estaba dispuesto a obedecer a sus ge�neral�simos y a su gobierno. En las trincheras germinaba la revoluci�n.

Hasta ahora los alemanes pangermanistas, los alemanes nacionalistas afirman orgullosamente: �Alemania no fue vencida militarmente�. Es que esos pangermanistas, esos nacionalistas, tie�nen el viejo concepto de la guerra relativa, de la guerra militar, de la guerra diplom�tica. Ellos no ven del cuadro final de la guerra sino lo que el Kaiser vio entonces: el frente militar alem�n intacto.

Su error es el mismo error de los comentado�res superficiales que vieron en la derrota italia�na de Caporetto �nicamente las causas militares y que vieron, m�s tarde, en la reorganizaci�n del frente italiano, �nicamente causas militares. Esos nacionalistas, esos pangermanistas, son im�permeables al nuevo concepto de la guerra absoluta.

Poco importa que la derrota de Alemania no fuese una derrota militar. En la guerra absoluta la derrota no puede ser una derrota militar sino una derrota al mismo tiempo pol�tica, moral, ideo�l�gica, porque en la guerra absoluta los factores militares est�n subordinados a los factores po�l�ticos, morales e ideol�gicos. En la guerra abso�luta la derrota no se llama derrota militar, aun�que no deje de serlo; se llama derrota, simple�mente. Derrota sin adjetivo, porque su defini�ci�n �nica es la derrota integral.

Los grandes cr�ticos de la guerra mundial no son, por esto, cr�ticos militares. No son los ge�neral�simos de la victoria ni los general�simos de la derrota. No son Foch ni Hindenburg, D�az ni Ludendorff. Los grandes cr�ticos de la guerra mundial, son fil�sofos, pol�ticos, soci�logos. Por primera vez la victoria ha sido cuesti�n de estra�tegia ideol�gica y no de estrategia militar. Desde ese punto de vista, vasto y panor�mico, puede decirse, pues, que el general�simo de la victoria ha sido Wilson. Y este concepto resume el valor de la intervenci�n de los Estados Unidos.

No haremos ahora el examen del programa wilsoniano; no haremos ahora la cr�tica de la gran ilusi�n de la Liga de las Naciones. De acuer�do con el programa de este curso, que agrupa los grandes aspectos de la crisis mundial, con cierta arbitrariedad cronol�gica, necesaria para la mejor apreciaci�n panor�mica, dejaremos estas cosas para la clase relativa a la paz de Versalles.

Mi objeto en esta clase ha sido s�lo el de fi�jar r�pidamente el valor de la intervenci�n de los Estados Unidos como factor de la victoria de los aliados.

La ideolog�a de la intervenci�n americana, la ideolog�a de Wilson,5 requiere examen aparte. Y este examen particular tiene que ser conectado con el examen de la paz de Versalles y de sus consecuencias econ�micas y pol�ticas.

Hoy dedicaremos los minutos que a�n nos que�dan al estudio de aquel otro trascendental fe�n�meno de la guerra: la revoluci�n rusa y la derrota rusa. Echaremos una ojeada a los pre�liminares y a la fase social-democr�tica de la Revoluci�n rusa. Veremos c�mo se lleg� al go�bierno de Kerensky.

En la conferencia anterior, al exponer la con�ducta de los partidos socialistas de los pa�ses be�ligerantes, dije cu�l hab�a sido la posici�n de los socialistas rusos frente a la conflagraci�n.

En Rusia, la mayor�a del movimiento obrero y socialista fue contraria a la guerra. El grupo acaudillado por Plejanov no cre�a que la victo�ria robustecer�a al zarismo; pero la mayor�a so�cialista y sindicalista comprendi� que le tocaba combatir en dos frentes: contra el imperialismo alem�n y contra el zarismo.

Muchos socialistas rusos fueron fieles a la declaraci�n del Congreso de Suttgart que fij� as� el deber de los socialistas ante la guerra: tra�bajar por la paz y aprovechar de las consecuen�cias econ�micas y pol�ticas de la guerra para agi�tar al pueblo y apresurar la ca�da del r�gimen capitalista.

El gobierno zarista, es casi in�til decirlo, con�duc�a la guerra con el criterio de guerra relati�va, de guerra militar, de guerra diplom�tica. La guerra rusa no contaba con la adhesi�n s�lida del pueblo ruso. El frente pol�tico interno era en Rusia menos fuerte que en ning�n otro pa�s beligerante. Rusia fue, sin duda, por estas razones, la primera vencida.

Dentro de la burgues�a rusa hab�a elementos democr�ticos y pacifistas inconciliables con el zarismo, Y dentro de la corte del Zar hab�a conspiradores german�filos que complotaban en favor de Alemania. Todas estas circunstancias hac�an inevitables la derrota y la revoluci�n rusas.

Un interesante documento de los d�as que precedieron a la Revoluci�n es el libro de Mauricio Paleologue. La Rusia de los Zares durante la Gran Guerra, Mauricio Paleologue era el embajador de Francia ante el Zar. Fue un explorador cercano de la ca�da del absolutismo ruso. Asisti� a este espect�culo desde un palco de avant scene.6

Las p�ginas del libro de Mauricio Paleologue describen el ambiente oficial ruso del per�odo de incubaci�n revolucionaria. Los hombres del zarismo presintieron anticipadamente la crisis. La presintieron igualmente los representantes diplom�ticos, de las potencias aliadas. Y el empe�o de unos y otros se dirigi� no a conjurarla, porque habr�a sido vano intento, sino a encauzarla en la forma menos da�ina a sus respectivos intereses.

Los embajadores aliados en Petrogrado trataban con los miembros aliad�filos del r�gimen zarista y con los elementos aliad�filos de la democracia y de la socialdemocracia rusa.

Paleologue nos cuenta c�mo en su mesa com�an Milukoff, el l�der de los Kadetes,7 y otros l�deres de la democracia rusa.

El r�gimen zarista carec�a de autoridad moral y de capacidad pol�tica para manejar con acierto los negocios de la guerra. Cerca de la Zarina intrigaba una camarilla german�fila. La Zarina, de temperamento m�stico y fan�tico, era gobernada por el monje Rasput�n, por aquella extra�a figura, alrededor de la cual se tejieron tantas leyendas y se urdieron tantas fantas�as.

El ej�rcito se hallaba en condiciones morales y materiales desastrosas. Sus servicios de aprovisionamiento, amunicionamiento, transporte, fun�cionaban ca�ticamente. El descontento se exten�d�a entre los soldados. El Zar, personaje imb�cil y medioeval, no permit�a ni tampoco percib�a la vecindad de la cat�strofe.

Dentro de esta situaci�n se produjo el asesinato del monje Rasput�n favorito de la Zarina, papa negro del zarismo. El Zar orden� la prisi�n del pr�ncipe Dimitri, acusado del asesinato de Ras�put�n. Y comenz� entonces un conflicto entre el Zar y los personajes aliad�filos de la Corte que, avisadamente, present�an los peligros y las ame�nazas del porvenir. La nobleza demand� la li�bertad del pr�ncipe Dimitri. El Zar se neg� di�ciendo: �Un asesinato es siempre un asesinato�.

Eran d�as de gran inquietud para la aristo�cracia rusa, que arrojaba sobre la Zarina la res�ponsabilidad de la situaci�n. Algunos parientes del Zar se atrevieron a pedirle el alejamiento de la Zarina de la Corte.

El Zar resolvi� tomar una actitud medioeval�mente caballeresca e hidalga. Pens� que todos se confabulaban contra la Zarina porque era extranjera y porque era mujer. Y resolvi� cu�brir las responsabilidades de la Zarina con su propia responsabilidad. La suerte del Imperio Ruso estaba en manos de este hombre insensato y enfermo. La Zarina, alucinada y delirante, dia�logaba con el esp�ritu de Rasput�n y recog�a sus inspiraciones.

El monje Rasput�n, a trav�s de la Zarina, inspiraba desde ultratumba al Zar de todas las Rusias. No hab�a casi en Rusia quien no se die�se cuenta de que una crisis pol�tica y social te�n�a necesariamente que explosionar de un momento a otro.

Vale la pena relatar una curiosa an�cdota de la corte rusa. Paleologue, el embajador franc�s, y su secretario, estuvieron invitados a almorzar el 10 de enero de 1917, el a�o de la Revoluci�n, en el palacio de la gran duquesa Mar�a Pawlova, Paleologue y su secretario subieron la regia es�cala del palacio. Y al entrar en el gran sal�n no encontraron en �l sino a una dama de honor de la gran duquesa: la se�orita Olive. La se�orita Olive, de pie ante la ventana del sal�n, contem�plaba pensativamente el panorama del Neva, en el cual se destacaban la catedral de San Pedro y San Pablo y las murallas de la Fortaleza, la prisi�n del Estado. Paleologue interrumpi� cor�t�smente a la se�orita Olive: �Yo acabo de sor�prender, si no vuestros pensamientos, al menos la direcci�n de vuestros pensamientos. Me parece que Ud. mira muy atentamente la prisi�n�. Ella respondi�: �S�; yo contemplaba la prisi�n. En d�as como �stos no puede uno guardarse de mi�rarla�. Y luego agreg�, dirigi�ndose al secreta�rio: �Se�or de Chambrun, cuando yo est� all�, enfrente, sobre la paja de los calabozos, �vendr� Ud. a verme?�.

La joven dama de honor, probablemente lec�tora voluptuosa y espeluznada de la historia de la Revoluci�n Francesa, preve�a que a la noble�za rusa le estaba deparado el mismo destino de la nobleza francesa del siglo dieciocho y que ella como, en otros tiempos, otras bellas y elegantes y finas damas de honor, estaba destinada a una tr�gica y sombr�a residencia en un calabozo de alguna Bastilla t�trica.

Los d�as de la autocracia rusa estaban conta�dos. La aristocracia y la burgues�a trabajaban porque la ca�da del zarismo no fuese tambi�n su ca�da. Los representantes aliados trabajaban por�que la transici�n del r�gimen zarista a un r�gi�men nuevo no trajese un per�odo de anarqu�a y de desorden que invalidase a Rusia como po�tencia aliada. Indirectamente, la aristocracia di�vorciada del Zar, la burgues�a y los embajadores aliados no hac�an otra cosa que apresurar la revoluci�n. Interesados en canalizar la revolu�ci�n, en evitar sus desbordes y en limitar su magnitud, contribu�an todos ellos a acrecentar los g�rmenes revolucionarios. Y la revoluci�n vino. El poder estuvo fugazmente en poder de un pr�ncipe de la aristocracia aliad�fila.

Pero la acci�n popular hizo que pasara en seguida a manos de hombres m�s pr�ximos a los ideales revolucionarios de las masas. Se construy� a base de Socialistas Revolucionarios8 y de mench�viques,9 el gobierno de coalici�n de Kerensky. Kerensky era una figura an�mica del revolucion�rismo ruso. Miedoso de la revoluci�n, temeroso de sus extremas consecuencias, no qui�so que su gobierno fuera un gobierno exclusiva�mente obrero, exclusivamente proletario, exclusi�vamente socialista. Hizo, por eso, un gobierno de coalici�n de los Socialistas Revolucionarios y de los mencheviques con los kadetes y los li�berales.10

Dentro de este ambiente indeciso, dentro de esta situaci�n vacilante, dentro de este r�gimen estructuralmente precario y provisional, fue ger�minada, poco a poco, la Revoluci�n Bolchevique,

En la pr�xima clase veremos c�mo se prepar�, c�mo se produjo este gran acontecimiento, hacia el cual convergen las miradas del proletariado universal, que por encima de todas las divisiones y de todas las discrepancias de doc�trina contempla, en la Revoluci�n rusa, el pri�mer paso de la humanidad hacia un r�gimen de fraternidad, de paz y de justicia.

 


NOTAS:

1 Pronunciada el viernes 6 de julio de 1923 en el local de la Federaci�n de Estudiantes. Publicada en Amauta N� 32, Lima agosto-setiembre de 1930. La Cr�nica en su edici�n del 8 de julio de 1923 dio una rese�a period�stica.

2 Cu�quero. Secta protestante fundada en Inglaterra en el siglo XVII, por Guillermo Fox, pero fue William Penn quien la introdujo en los Estados Unidos.

3 El 23 de setiembre de 1917, el ej�rcito italiano sufri� un grave contraste militar frente al ej�rcito alem�n, al mando del General Otto von Bellow, en un frente de 25 kil�metros cuyo punto central era Caporetto, quedando en poder de �ste 200,000 prisioneros italianas; 1800 ca��ones y gran cantidad de pertrechos y municiones.

4 Ver el ensayo de Jos� Carlos Mari�tegui sobre F. Nitti en La Escena Contempor�nea.

5 Ver el ensayo dedicado a Wilso� por Jos� Carlos Mari�tegui en La Escena Contempor�nea.

6 Palco del proscenio.

7 Partido pol�tico burgu�s que anhelaba una Constituci�n liberal para Rusia Se llamaba Constitucional Dem�crata.

8 Partido de tendencias ut�picas y an�rquicas que uti�lizaba el terrorismo como medio de acci�n.

9 Despu�s del II Congreso de la Social-Democracia rusa, realizado en Londres, en 1903, se denomin� men�cheviques (minor�a) a quienes se opusieron a los partidarios de Lenin (bolcheviques: mayor�a) que vencieron en la elecci�n de los organismos centrales del Partido.

10 Sector pol�tico que bregaba por dar una Constituci�n a la Rusia zarista.