OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL III

 

       

EL EXILIO DE TROTSKY*

 

Trotsky, desterrado de la Rusia de los Soviets: he aqu� un acontecimiento al que f�cil- mente no puede acostumbrarse la opini�n revolucionaria del mundo. Nunca admiti� el optimismo revolucionario la posibilidad de que esta revoluci�n concluyera, como la francesa, condenando a sus h�roes. Pero, sensatamente, lo que no debi� jam�s esperarse es que la empresa de organizar el primer gran estado socialista fuese cumplida por un partido de m�s de un mill�n de militantes apasionados, con el acuerdo de la unanimidad m�s uno, sin debates ni conflictos violentos.

La opini�n trotskista tiene una funci�n �til en la pol�tica sovi�tica. Representa, si se quiere definirla en dos palabras, la ortodoxia marxista, frente a la fluencia desbordada e ind�cil de la realidad rusa. Traduce el sentido obrero, urbano, industrial, de la revoluci�n socialista. La revoluci�n rusa debe su valor internacional, ecum�nico, su car�cter de fen�meno precursor del surgimiento de una nueva civilizaci�n, al pensamiento de Trotsky y sus compa�eros reivindican en todo su vigor y consecuencias. Sin una cr�tica vigilante, que es la mejor prueba de la vitalidad del partido bolchevique, el gobierno sovi�tico correr�a probablemente el riesgo de caer en un burocratismo formalista, mec�nico.

Pero, hasta este momento, los hechos no dan la raz�n al trotskismo desde el punto de vista de su aptitud para reemplazar a Stalin en el poder, con mayor capacidad objetiva de realizaci�n del programa marxista. La parte esencial de la plataforma de la oposici�n trotskista es su parte cr�tica. Pero en la estimaci�n de los elementos que pueden insidiar la pol�tica sovi�tica, ni Stalin ni Bukharin andan muy lejos de suscribir la mayor parte de los conceptos fundamentales de Trotsky y sus adeptos. Las proposiciones, las soluciones trotskistas no tienen, en cambio, la misma solidez. En la mayor parte de lo que concierne a la pol�tica agraria e industrial, a la lucha contra el burocratismo y el esp�ritu nep, el trotskismo sabe de un radicalismo te�rico que no logra condensarse en f�rmulas concretas y precisas. En este terreno, Stalin y la mayor�a, junto con la responsabilidad de la administraci�n, poseen un sentido m�s real de las posibilidades.

La revoluci�n rusa que, como toda gran revoluci�n hist�rica, avanza por una trocha dif�cil, que se va abriendo ella misma con su impulso, no conoce hasta ahora d�as f�ciles ni ociosos.1 Es la obra de hombres heroicos y excepcionales, y, por este mismo hecho, no ha sido posible sino con una m�xima y tremenda tensi�n creadora. El partido bolchevique, por tanto, no es ni puede ser una apacible y un�nime academia. Lenin le impuso hasta poco antes de su muerte su direcci�n genial; pero ni a�n bajo la inmensa y �nica autoridad de este jefe extraordinario, escasearon dentro del partido los debates violentos. Lenin gan� su autoridad con sus propias fuerzas; la mantuvo, luego, con la superioridad y clarividencia de su pensamiento. Sus puntos de vista prevalec�an siempre por ser los que mejor correspond�an a la realidad. Ten�an sin embargo, muchas veces que vencer la resistencia de sus propios tenientes de la vieja guardia bolchevique.

La muerte de Lenin, que dej� vacante el puesto del jefe genial, de inmensa autoridad personal, habr�a sido seguida por un per�odo de profundo desequilibrio en cualquier partido menos disciplinado y org�nico que el partido comunista ruso. Trotsky se destacaba sobre todos sus compa�eros por el relieve brillante de su personalidad. Pero no s�lo le faltaba vinculaci�n s�lida y antigua con el equipo leninista. Sus relaciones con la mayor�a de sus miembros hab�an sido, antes de la revoluci�n, muy poco cordiales. Trotsky, como es notorio, tuvo hasta 1917 una posici�n casi individual en el campo revolucionario ruso. No pertenec�a al partido bolchevique, con cuyos l�deres, sin exceptuar al propio Lenin, polemiz� m�s de una vez acremente. Lenin, apreciaba inteligente y generosamente el valor de la colaboraci�n de Trotsky, quien, a su vez, �como lo atestigua el volumen en que est�n reunidos- sus escritos sobre el jefe de la revoluci�n�, acat� sin celos ni reservas una autoridad consagrada por la obra m�s sugestiva y avasalladora para la conciencia de un revolucionario. Pero si entre Lenin y Trotsky pudo borrarse casi toda distancia, entre Trotsky y el partido mismo la identificaci�n no pudo ser igualmente completa. Trotsky no contaba con la confianza total del partido, por mucho que su actuaci�n como comisario del pueblo mereciese un�nime admiraci�n. El mecanismo del partido estaba en manos de hombres de la vieja guardia leninista que sent�an siempre un poco extra�o y ajeno a Trotsky, quien, por su parte, no consegu�a consustanciarse con ellos en un �nico bloque. Trotsky, seg�n parece, no posee las dotes espec�ficas de pol�tico que en tan sumo grado ten�a Lenin. No sabe captarse a los hom�bres; no conoce los secretos del manejo de un partido. Su posici�n singular �equidistante del bolchevismo y del menchevismo� durante los a�os corridos entre 1905 y 1917, adem�s de desconectarlo de los equipos revolucionarios que con Lenin prepararon y realizaron la revoluci�n, hubo de deshabituarlo a la pr�ctica concreta de l�der de partido.

Mientras dur� la movilizaci�n de todas las energ�as revolucionarias contra las amenazas de la reacci�n, la unidad bolchevique estaba ase�gurada por el pathos b�lico. Pero desde que co�menz� el trabajo de estabilizaci�n y normaliza�ci�n, las discrepancias de hombres y de tenden�cias no pod�an dejar de manifestarse. La falta de una personalidad de excepci�n como Trotsky, habr�a reducido la oposici�n a t�rminos m�s modestos. No se habr�a llegado, en ese caso, al cisma violento. Pero con Trotsky en el puesto de comando, la oposici�n en poco tiempo ha tomado un tono insurreccional y combativo al cual la mayor�a y el gobierno no pod�an ser indife�rentes. Trotsky, por otra parte, es un hombre de cosm�polis. Zinoviev lo acusaba en otro tiem�po, en un congreso comunista, de ignorar y ne�gligir demasiado al campesino. Tiene, en todo caso, un sentido internacional de la revoluci�n socialista. Sus notables escritos sobre la transi�toria estabilizaci�n del capitalismo, lo colocan entre los m�s alertas y sagaces cr�ticos de la �poca. Pero este mismo sentido internacional de la revoluci�n, que le otorga tanto prestigio en la escena mundial, le quita fuerza moment�neamente en la pr�ctica de la pol�tica rusa. La re�voluci�n rusa est� en un per�odo de organiza�ci�n nacional. No se trata, por el momento, de establecer el socialismo en el mundo, sino de realizarlo en una naci�n que, aunque es una na�ci�n de ciento treinta millones de habitantes que se desbordan sobre dos continentes, no deja de constituir por eso, geogr�fica e hist�ricamente, una unidad. Es l�gico que en esta etapa, la revoluci�n rusa est� representada por los hombres que m�s hondamente siente su car�cter y sus problemas nacionales. Stalin, eslavo puro, es de estos hombres. Pertenece a una falanje de revolucionarios que se mantuvo siempre arraigada al suelo ruso. Mientras tanto Trotsky, como Radek, como Rakovsky, pertenece a una falanje que pas� la mayor parte de su vida en el destierro. En el destierro hicieron su aprendizaje de revolucionarios mundiales, ese aprendizaje que ha dado a la revoluci�n rusa su lenguaje universalista, su visi�n ecum�nica.

La revoluci�n rusa se encuentra en un per�odo forzoso de econom�a. Trotsky, desconectado personalmente del equipo stalinista, es una figura excesiva en un plano de realizaciones nacionales. Se le imagina predestinado para llevar en triunfo, con energ�a y majestad napole�nicas, a la cabeza del ej�rcito rojo, por toda Europa, el evangelio socialista. No se le concibe, con la misma facilidad, llenando el oficio modesto de ministro de tiempos normales. La Nep lo condena al regreso de su beligerante posici�n de polemista.

 

 


NOTAS:

* Publicado en Variedades, Lima, 23 de Febrero de 1929

1. La primera parte de este p�rrafo, que se refiere a anteriores opiniones le J. C. M. aparecidas en Variedades acerca de la separaci�n de Trotsky del Partido Comunista ruso, fue suprimida por el autor en el original que conservamos. (N. de los E.)