OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL II

  

LA TRAGEDIA DE ITALIA*

 

Hace un a�o, el fascismo tuvo raz�n para ce�lebrar el tercer aniversario de la marcha a Roma con �nimo exultante y victorioso. El balance de su tercer a�o de dictadura se cerraba fa�vorablemente. La secesi�n aventiniana estaba li�quidada. La contraofensiva iniciada con el de�safiante discurso pronunciado por Mussolini en la C�mara de Diputados el 3 de enero de ese a�o, hab�a barrido a la oposici�n constitucional de las posiciones artificialmente mantenidas hasta entonces. El equ�voco del r�gimen constitu�cional parlamentario hab�a quedado cancelado y la constituci�n misma hab�a sido adoptada a las necesidades del gobierno fascista. 

Todo esto, le hab�a costado al fascismo ver�daderamente muy poco. Ni una huelga general, ni una agitaci�n popular revolucionaria, hab�an respondido a la represi�n fascista. Al renunciar a estas armas en los dram�ticos meses que si�guieron al asesinato de Matteotti y preferir el camino de la protesta parlamentaria y de las ne�gociaciones clandestinas con la monarqu�a, la oposici�n constitucional se hab�a invalidado pa�ra resistir revolucionariamente el ataque ilegal del poder. 

No es el mismo el cuadro de Italia en el cuar�to aniversario de la dictadura mussoliniana. Cua�tro atentados contra la vida de Mussolini, se�a�lan el grado de exasperaci�n de sus enemigos. Los cuatro atentados corresponden a este per�o�do de derogaci�n de toda Iibertad, durante el cual el fascismo cree haber consolidado indefi�nidamente su dominio. Son el s�ntoma de la ten�si�n de la atm�sfera pol�tica y espiritual creada en Italia por los m�todos de Mussolini y sus escuadras de "camisas negras". 

El atentado individual contra reyes o ministros estaba reservado en Europa, hasta hace po�co tiempo, al anarquismo terrorista. Ning�n par�tido, ninguna secta pol�tica pod�a racionalmente aceptarlo, ni a�n por excepci�n, en su t�ctica o su praxis. El socialismo, sobre todo, �que con�cibe la revoluci�n como acci�n de masas, como movimiento esencialmente multitudinario, colec�tivo�, repudiaba y condenaba la violencia indi�vidual, imponiendo a su adeptos una disciplina y una ideolog�a que la exclu�a absolutamente co�mo arma de combate. 

Hay que pensar, por consiguiente, que tienen que haber cambiado de un modo demasiado ra�dical los principios de la vida pol�tica italiana para que Italia vuelva a la edad sombr�a de, los complots y de las represalias terroristas. 

Ninguno de los partidos adversos a Mussoli�ni es evidentemente responsable de estos aten�tados. La muerte de Mussolini no beneficiar�a a ninguno. Desencadenar�a un caos en igual for�ma peligroso para todos, durante el cual, a menos que sobreviniese r�pidamente una acci�n militar, reinar�a an�rquica y truculentamente en Italia la violencia del "fascio". 

Pero los partidos han sido pr�cticamente �y ahora formalmente� disueltos por el gobier�no fascista, de suerte que junto con su organi�zaci�n est� aniquilada su disciplina. Los l�deres no est�n en grado de controlar la acci�n de los gregarios. El gobierno los ha privado de todo medio de moverse legalmente. 

Las explosiones espor�dicas de violencia in�dividual resultan por ende inevitables, a pesar del inter�s que tendr�an en impedirlas los parti�dos proletarios, de los cuales el �nico activo es, en buena cuenta, el comunista. Cada atentado contra Mussolini proporciona al fascismo un motivo para aumentar sus instrumentos legales de represi�n, aparte de que nimba un poco m�s de milagro y leyenda la figura del condottiero

El �ltimo atentado parece haber excitado hasta el delirio la c�lera y la prepotencia fascis�ta. Todas las garant�as y derechos individuales han quedado indefinidamente suspendidos. Los partidos contrarios al fascismo han sido oficialmente disueltos. La prensa de oposici�n ha de�saparecido. Del parlamento se ha expulsado, al mismo tiempo que a la oposici�n aventiniana, al grupo comunista, al cual no se puede acusar co�mo a aqu�lla de haber hecho abandono de sus asientos. Y aunque las noticias cablegr�ficas por la censura a que est�n sujetas, son imprecisas, no cabe duda de que al atentado contra Musso�lini han seguido esta vez, d�as de sangrienta re�presalia fascista. 

El episodio que, en esta siniestra marejada reaccionaria, impresiona m�s a los intelectuales es el ataque al c�lebre fil�sofo Benedetto Croce y la destrucci�n de su biblioteca. Este episodio, por la significaci�n y calidad del hombre agra�viado, adquiere una resonancia especial. Tiene la virtud de herir hasta la enervada sensibilidad de aquellos intelectuales que, prontos a deplorar el ultraje a un fil�sofo, no son capaces sin embar�go de decidirse a enjuiciar al fascismo. 

Los or�genes de este desman, cuyo proceso de incubaci�n ha sido largo, no necesitan casi ser recordados. Todo el mundo sabe que en el curso de la agitaci�n que suscit� en Italia el asesinato de Matteotti, Benedetto Croce, que ya se hab�a cuidado de rehusar su voto al r�gimen fascista, sinti�, el deber de tomar una actitud franca con�tra sus m�todos y sus principios. Croce sostuvo entonces en la prensa una resonante pol�mica con Giovanni Gentile, el fil�sofo junio con quien combati� durante mucho tiempo las batallas de la filosof�a idealista y de quien lo separa, desde su conversi�n a la doctrina de la cachiporra, tina austera y fiel adhesi�n a la idea de la libertad. Esa pol�mica no se redujo a un di�logo entre Croce y Gentil�. Se propag� en el campo intelec�tual, motivando el agrupamiento de los hombres de letras y ciencias en dos bandos antag�nicos, asertor uno del principio de libertad y confesor el otro de la fe fascista. Y se suscribieron y pu�blicaron dos manifiestos, encabezados respectivamente por Croce y Gentile. 

Es indudable, no obstante su jactancia, que el fascismo no debe considerarse muy seguro. Su porvenir depende de un factor tan incierto co�mo el �xito de los planes imperialistas, de Mus�solini, quien necesita mantener a su pueblo en una constante tensi�n guerrera para justificar el rigor de su pol�tica social y econ�mica. Pero si el �xito tarda, los resortes del r�gimen fascis�ta corren grave peligro. 

Mussolini, ha prometido a su pueblo un gran imperio. Si la historia no le permite cumplir esta promesa, su empresa esencial estar� fracasada. Porque no es cierto que el movimiento fas�cista no se haya propuesto cumplir sino una funci�n de polic�a y orden. Si as� fuera, Italia habr�a hecho al dejarlo conquistar el poder, un mal negocio. Pues los d�as de violencia de la agi�taci�n revolucionaria no eran absolutamente ni m�s sangrientos ni m�s tr�gicos que �stos del r�gimen fascista. La verdadera tragedia ha em�pezado ahora.

   


NOTA: 

* Publicado en Variedades, Lima, 13 de Noviembre de 1926.