OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL II

  

EL PROCESO A LOS CONJURADOS DE LA NOCHE DE SAN JUAN*

 

El proceso que acaba de terminar, m�s que el proceso de Weyler, Aguilera, Domingo y dem�s conjurados de la noche de San Juan, ha sido el proceso de Primo de Rivera y sus turbios secuaces. Porque en el curso de las audiencias, lo que ha golpeado m�s las mentes de los actores no ha sido la responsabilidad de los acusados sino la del acusador. El reo aut�ntico no ha comparecido ante los jueces, escribanos y alguaciles, s�lo porque �stos se encuentran a su servicio y bajo su potestad. Pero su presencia en el juicio no ha sido, por esto, menos constante y eminente. 

Los acusados militares, son todos gente a la que no se puede ciertamente tachar de subversiva y, menos todav�a, de revolucionaria. Monarquistas ortodoxos, constitucionales fervientes, de lo �nico que no se les puede suponer capaces es de atentar contra el orden y la ley. Mucho m�s subversivo aparece, sin duda, Primo de Rivera, que en otra noche menos novelesca y cristiana, se apoder� del gobierno de Espa�a, licenciando brusca y desgarbadamente, �sin m�s t�tulo que el de su virilidad, en el sentido que tan agudamente ha ilustrado Unamuno�, a los que constitucionalmente lo ejerc�an. 

No ser� yo, por supuesto, quien intente la defensa de estos �ltimos, que hasta cierto punto, han mostrado despu�s merecer su suerte. Pero me parece evidente que nadie puede objetar el hecho de que representaban en el poder la constituci�n y la legalidad. 

Poco trabajo les ha costado, por ende, a los defensores de los generales y coroneles procesados, probar que �stos no han concedido ni ejecutado en ning�n momento, ni en la noche de San Juan, dise�o alguno contrario a la Monarqu�a y a su "pacto con el pueblo", como llaman a la vieja y maltrecha constituci�n los pol�ticos liberales. 

Si a Primo de Rivera se le pudiera atribuir humorismo e imaginaci�n �dos cosas que no son frecuentes en los capitanes de Espa�a, desde los tiempos ya bastante lontanos del Gran Capit�n� se le podr�a suponer capaz de haber procesado a Weyler, Aguilera, etc., seguro de su inocencia, s�lo para animar la historia un poco mon�tona de estos a�os de censura con el episodio romancesco de una noche de San Juan m�s o menos melodram�tica y con su secuela de un juicio que diera oportunidad l�cita de hablar a Melqu�ades Alvarez, Alvaro de Albornoz y otros dem�cratas en receso forzoso. (La desocupaci�n de esta gente, que no sabe en qu� emplear su facundia, es un cuadro de partir el alma al m�s endurecido d�spota). 

Pero los hechos, demuestran, por lo menos seg�n el tribunal, que Primo de Rivera ha procedido seriamente. Los tiranos de la Europa moderna son menos originales que los de la Europa medioeval. Y Primo de Rivera, no ten�a ning�n inter�s en provocar su propio proceso. Los acusados, en fin, se han manifestado casi convictos de haber querido restaurar en Espa�a la constituci�n deponiendo al Marqu�s de Estella. 

Sabemos ahora que en la noche de San Juan de 1926 los herederos de la mejor tradici�n ochocentista del ej�rcito espa�ol, cumplieron un gesto hist�rico. Su derrota no anula el gesto mismo; su procesamiento lo esclarece. Primo de Rivera pretend�a obrar en nombre del ej�rcito. Ya muchos incidentes hab�an denunciado la fal�sedad del empe�o de representar al ej�rcito �n�tegramente mancomunado con los cabecillas del golpe de estado de 1923. Pero ninguno de esos incidentes �simple an�cdota� bastaba hist�ri�camente. Hac�a falta que hombres representati�vos del ej�rcito asumiesen una actitud belige�rante frente a la dictadura y en defensa de la constituci�n sometida a todos los ultrajes de una virilidad jactanciosa. 

Weyler representa la tradici�n constitucional . del ej�rcito espa�ol. En �l se ha procesado y condenado a una �poca: la �poca de la lealtad militar a la Monarqu�a y a la constituci�n de�mo-liberal. Primo de Rivera resucita los tiem�pos de los pronunciamientos reaccionarios y de los retornos absolutistas. 

El Rey que cubre sus actos �cada d�a menos due�o de las consecuencias del golpe de Estado de 1923� pone la monarqu�a contra y fuera de la constituci�n. Los pol�ticos que aguardan pa�cientemente el regreso a la legalidad quedan no�tificados de que ni su desocupaci�n ni su espe�ranza tienen ya plazo. 

Frente a Primo de Rivera s�lo la esperanza de los revolucionarios descansa en la historia. La nostalgia de los constitucionales es pasiva.. No se prepara a vencer a la dictadura. Espera que se caiga sola. Fracasada la aventura de Wey�ler Aguilera, no le resta casi sino la elocuen�cia parlamentaria de Melqu�ades Alvarez. 

   


NOTA: 

* Publicado en Variedades, Lima, 30 de Abril de 1927.