OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL I

   

  

MILLERAND Y LAS DERECHAS*

 

Las elecciones de mayo �ltimo liquidaron en Francia el bloque nacional. Briand, que desde su ca�da del gobierno empez� a virar a izquierda, se coloc� en mayo al flanco de Herriot. Loucheur, ministro de Poincar�, se sinti� tambi�n en mayo hombre de izquierda. Todo el sector m�s o menos intermedio, movedizo, fluctuante, del parlamento franc�s se apresur� a romper sus v�nculos con el bloque nacional. 

Por consiguiente, las derechas de la c�mara francesa quedaron casi decapitadas. Poincar� maniobraba en el senado. Sobre �l reca�a, adem�s, oficialmente, la responsabilidad de la derrota. Esto lo descalificaba un poco para conservar el comando del bloque conservador. Tardieu, el lugarteniente de Clemenceau, vencido en las elecciones, como el gordo y virulento Le�n Daudet, despu�s de una tensa jornada electoral, sufr�a taciturnamente su ostracismo del parlamento. Mr. Alexandre Millerand, arrojado de la presidencia de la rep�blica, por la nueva mayor�a, resultaba el �nico condottiere disponible. Las derechas tuvieron que saludarlo y reconocerlo como su jefe.

Millerand, ex-socialista, ex-radical, ex-presidente de la rep�blica, acecha hoy, a la cabeza de sus eventuales mesnadas, la oportunidad de volver a ser algo, presidente del consejo de ministros, verbigracia. Por ahora se contenta con ser el leader, convicto y confeso de la reacci�n. 

A nombre de un heterog�neo conglomerado, en el cual se confunden y combinan residuos del r�gimen feudal y elementos de la Tercera Rep�blica, Millerand condena la pol�tica social-democr�tica y franc-masona del bloque de izquierdas. 

Como Mussolini, Millerand procede de los rangos del socialismo. Pero el caso Millerand no se parece absolutamente al caso Mussolini. Mussolini fue un socialista incandescente; Millerand fue un socialista tibio. Entre ambos hombres hay diferencias de educaci�n, de mentalidad y de temperamento. Mussolini tiene un alma exuberante, explosiva, efervescente; Millerand tiene un alma pacata, linf�tica, burguesa: Mussolini es un agitador; Millerand es un r�bula. Mussolini milit� en la extrema izquierda del socialismo; Millerand en su extrema derecha. 

La trayectoria pol�tica de Millerand carece de oscilaciones violentas. Millerand debut� en el socialismo con prudencia y con mesura. No profes� nunca una fe revolucionaria. En 1893 figur� entre los diputados del pol�cromo socialismo de ese tiempo. Pertenec�a al grupo de socialistas independientes, Su escenario, desde esa �poca, no era el comicio ni el �gora. Era el parlamento o el peri�dico. Millerand pronunci� su m�ximo discurso en un banquete pol�tico. Un discurso en el cual, bajo un socialismo superficial y abstracto, se trasluc�a un temperamento ministerial y parlamentario. A Millerand no se le puede clasificar, por tanto, entre los socialistas domesticados por el capitalismo. Millerand naci� a la vida pol�tica perfectamente domesticado. 

No represent�ba Millerand, a la manera de Jaur�s, un socialismo idealista y democr�tico, reacio a la concepci�n marxista de la lucha de clases. Representaba �nicamente un socialismo burocr�tico y oportunista. A trav�s de Millerand, de Briand y de Viviani, la peque�a burgues�a de la Tercera Rep�blica realizaba un inocuo eJer�cicio de dilettantismo socialista. 

En 1899, malgrado el veto de sus principales compa�eros del socialismo, Millerand acept� una cartera en el gabinete de Waldeck-Rousseau. Los radicales franceses sent�an la necesidad de te�irse un tanto de socialismo para encontrar apoyo en las masas. Inscribieron, por esto, en su programa, algunas reformas sociales. Y, como una garant�a de su voluntad de actuarlas, solicitaron los servicios profesionales de un diputado socia-lista, en quien su perspicacia les permit�a adivi�nar un candidato latente a un ministerio. No se equivocaban. Las masas concedieron un largo fa�vor al gobierno de Waldeck-Rousseau. La con�ducta de Millerand tuvo fautores dentro de las propias filas del socialismo. Se calificaba al go�bierno radical de entonces como un gobierno de defensa republicana. M�s o menos como se califica al gobierno radical-socialista de ahora. La participaci�n de un socialista en el gobierno era explicada y justificada como una consecuen�cia de la lucha contra la reacci�n clerical y conservadora. 

Pero vino el congreso de Amsterdam de la Segunda Internacional. La tesis colaboracionis�ta fue ah� debatida y rechazada. El movimiento socialista franc�s se orient� hacia una t�ctica intransigente. Se produjo la fusi�n de los va�rios grupos de filiaci�n socialista. Naci� el Par�tido Socialista (S.F.I.O.), s�ntesis del socialismo marxista de Jules Guesde y del socialismo idealista de Jean Jaur�s. Todos los puentes te�ricos y pr�cticos entre Millerand y el socialismo que�daron as� cortados. Segregado de las filas de la, revoluci�n, Millerand fue definitivamente reab�sorbido por las filas de la burgues�a. Hab�a pa�seado por el campo socialista con un pasaje de ida y vuelta. El socialismo no hab�a sido para Millerand una pasi�n sino, m�s bien, una aven�tura. 

Eliminado de la extrema izquierda, se man�tuvo, durante alg�n tiempo, a una discreta dis�tancia de la derecha. Conserv� su condici�n de funcionario de la Rep�blica. Sigui�, formalmen�te, al servicio de su dama, la Democracia. El movimiento de traslaci�n de Mr. Alexandre Mi�llerand del sector revolucionario al sector reac�cionario se cumpl�a lenta, gradual, pausadamen�te. La guerra consigui� acelerarlo. 

La "uni�n sagrada" borr� un poco los confi�nes de los diversos partidos franceses. El estado de �nimo creado por la contienda favorec�a la hegemon�a espiritual de los grupos de derecha. A esta corriente reaccionaria no pudieron ser insensibles los pol�ticos que ya hab�an empezado su aproximaci�n a las ideas y los hombres del conservantismo. Millerand, por ejemplo, se consustanci� totalmente con la derecha. La atm�s�fera tempestuosa de la post-guerra acab� su conversi�n. 

Millerand desenvolvi�, en la presidencia del consejo de ministros, la misma agresiva pol�tica reaccionaria de Clemenceau. Reprimi� marcialmente la agitaci�n obrera. Licenci� a varios millares de ferroviarios. Trabaj� por la disoluci�n de la Confederaci�n General del Trabajo. Arm� a Polonia contra la Rusia sovietista. Reconoci� al general Wrangel, vulgar�simo aventurero, instalado en Crimea, como gobernante de Rusia. Estas fueron las benemerencias que lo condujeron a la presidencia de la rep�blica. El bloque nacional encontr� en Mr. Alexandre Millerand su hombre m�s representativo. 

La presidencia de Millerand ten�a, adem�s, en la intenci�n de algunos elementos de la derecha, un sentido m�s preciso. Millerand era un asertor de una tesis adversa a la ortodoxia parlamentaria de la Tercera Rep�blica. Quer�a que se atribuyese al presidente de la rep�blica ma�yores poderes. Que se le permitiese ejercer una influencia activa en la pol�tica del Estado. Por tanto, Millerand resultaba singularmente indicado para una eventual ofensiva contra el r�gimen parlamentario y contra el sufragio universal. Las derechas no se hac�an demasiadas ilusiones so�bre su posici�n electoral. Sab�an que el �xito de las elecciones ten�a que serles contrario. El ejemplo fascista las animaba a pensar en la v�a de la violencia. Los hombres de las derechas, sin exceptuar al propio Millerand seg�n notorias acusaciones, tend�an al golpe de Estado. As� lo denunciaba inequ�vocamente su lenguaje. Uno de los amigos m�s conspicuos de Millerand, Gustave Herv�, director de la "Victoire", escrib�a en el verano de 1923 al escritor italiano Curzio Suckert, te�rico del fascismo, las siguientes l�neas: "Yo soy en el fondo un fascista de izquierda. Y, en efecto, pens� en 1918 hacer en Francia, o me�jor dicho intentar en Francia, lo que Mussolini ha actuado tan bien en Italia. Las pol�micas de "L'Action Francaise" y el equ�voco creado por �s�ta nos obligaron a renunciar a nuestro plan, o por lo menos a aplazarlo y a sustituir un movi�miento fascista con nuestro movimiento del blo�que nacional, del cual he sido, creo, uno de los animadores y uno de los fundadores". 

El bloque de izquierdas, triunfador en las elecciones de mayo, no se conform�, por eso, con desalojar del poder a Poincar� y a sus colabo�radores. Sinti� el deber de echar, adem�s, a Mi�llerand, de la presidencia de la rep�blica. Boycoteado por la mayor�a parlamentaria, Mille�rand se vio forzado a dimitir. En medio de una tempestad de invectivas y de clamores, se retir� del El�seo. Quienes lo cre�an capaz de un gesto atrevido, tascaron malhumoradamente su agria desilusi�n. 

Ahora, sin embargo, vuelven a rodear a Mille�rand. La reacci�n carece en Francia de hombres propios. Se abastece de conductores y de animadores entre los disidentes ancianos de la extre�ma izquierda o entre los viejos funcionarios de la Troisieme R�publique. La aserci�n de los de�rechos de la victoria est� a cargo de un ex-antimilitarista, de un ex-internacionalista como Gustave Herv�. El caso no es �nico. Tambi�n la de�fensa de los derechos de la catolicidad tiene uno de sus m�s ilustres y sustantivos corifeos en un literato de mentalidad pagana, anticristiana y atea como Charles Maurras y en un escritor de literatura pornogr�fica, inverecunda y obscena como Le�n Daudet.

 


NOTA:

* Publicado en Variedades, Lima, 27 de Diciembre de 1924.