OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

EL ARTISTA Y LA EPOCA

  

  

LA REALIDAD Y LA FICCION1

 

La fantas�a recupera sus fueros y sus posiciones en la literatura occidental. Oscar Wilde resulta un maestro de la est�tica contempor�nea. Su actual magisterio no depende de su obra ni de su vida sino de su concepci�n de las cosas y del arte. Vivimos en una �poca propicia a sus paradojas. Wilde afirmaba que la bruma de Londres hab�a sido inventada por la pintura. No es cierto, dec�a, que el arte copia a la Naturaleza. Es la Naturaleza la que copia al arte. Massimo Bontempelli, en nuestros d�as, extrema esta tesis. Seg�n una bizarra teor�a bontempelliana, sacada de una meditaci�n de verano en una aldea de monta�a, la tierra en su primera edad era casi exclusivamente mineral. No exist�an sino el hombre y la piedra. El hombre se alimentaba de sustancias minerales. Pero su imaginaci�n descubri� los otros dos reinos de la naturaleza. Los �rboles, los animales fueron imaginados por los artistas. Seres y plantas, despu�s de haber existido idealmente en el arte, empezaron a existir realmente en la naturaleza. Amueblado as� el planeta, la imaginaci�n del hombre cre� nuevas cosas. Aparecieron las m�quinas. Naci� la civilizaci�n mec�nica. La tierra fue electrificada y mecanizada. M�s, despu�s de que el maquinismo hubo alcanzado su plenitud, el proceso se repiti� a la inversa. Minerales, vegetales, m�quinas, etc., fueron reabsorbidos por la naturaleza. La tierra se petrific�, se mineraliz� gradualmente hasta volver a su primitivo estado. Esta evoluci�n se ha cumplido muchas veces. Hoy el mundo est� una vez m�s en su per�odo de mec�nica y de maquinismo.

Bontempelli es uno de los literatos m�s en boga de la Italia contempor�nea. Hace algunos a�os, cuando en la literatura italiana dominaba el verismo, su libro habr�a tenido una suerte distinta.

Bontempelli, que en sus comienzos fue m�s o menos clasicista, no los habr�a escrito. Hoy es un pirandelliano; ayer habr�a sido un d'annunziano.

�Un d'annunziano? �Pero en D'Annunzio no encontramos tambi�n m�s ficci�n que realismo? La fantas�a de D'Annunzio est� m�s en lo externo que en lo interno de sus obras. D'A�nunzio vest�a fant�stica, bizantinamente sus novelas; pero el esqueleto de �stas no se diferenciaba mucho de las novelas naturalistas. D'Annunzio trataba de ser aristocr�tico; pero no se atrev�a a ser inveros�mil. Pirandello, en cambio, en una novela desnuda de decorado, sencilla de forma, como El Difunto Mat�as Pascal, present� un caso que la cr�tica tach� en seguida de extraordinario e inveros�mil, pero que, a�os despu�s, la vida reprodujo fielmente.

El realismo nos alejaba en la literatura de la realidad. La experiencia realista no nos ha servido sino para demostrarnos que s�lo podemos encontrar la realidad por los caminos de la fantas�a. Y esto ha producido el suprarrealismo que no es s�lo una escuela o un movimiento de la literatura francesa sino una tendencia, una v�a de la literatura mundial. Suprarrealista es el italiano Pirandello. Suprarrealista es el norteamericano Waldo Frank, suprarrealista es el rumano Panait Istrati. Suprarrealista es el ruso Boris Pilniak. Nada importa que trabajen fuera y lejos del man�pulo suprarrealista que acaudillan, en Par�s, Arag�n, Bret�n, Eluard y Soupault.

Pero la ficci�n no es libre. M�s que descubrirnos lo maravilloso, parece destinada a revelarnos lo real. La fantas�a, cuando no nos acerca a la realidad, nos sirve bien poco. Los fil�sofos se valen de conceptos falsos para arribar a la verdad. Los literatos usan la ficci�n con el mismo objeto. La fantas�a no tiene valor sino cuando crea algo real. Esta es su limitaci�n. Este es su drama.

La muerte del viejo realismo no ha perjudicado absolutamente el conocimiento de la realidad. Por el contrario, lo ha facilitado. Nos ha liberado de dogmas y de prejuicios que lo estrechaban. En lo inveros�mil hay a veces m�s verdad, m�s humanidad que en lo veros�mil. En el abismo del alma humana cala m�s hondo una farsa inveros�mil de Pirandello que una comedia veros�mil del se�or Capus. Y El Estupendo Cornudo del genial Fernando Crommelynk vale, ciertamente, m�s que todo el mediocre teatro franc�s de adulterios y divorcios a que pertenecen El Adversario y �a Falena.

El prejuicio de lo veros�mil aparece hoy como uno de los que m�s han estorbado al arte. Los artistas de esp�ritu m�s moderado se revelan violentamente contra �l. �La vida �escribe Pirandello� para todas las descaradas absurdidades, peque�as y grandes, de que est� bellamente llena, tiene el inestimable privilegio de poder prescindir de aquella verosimilitud a la cual el arte se ve obligado a obedecer. Las absurdidades de la vida tienen necesidad de parecer veros�miles porque son verdaderas. Al contrario de las del arte que para parecer verdaderas tienen necesidad de ser veros�miles�.

Liberados de esta traba, los artistas pueden lanzarse a la conquista de nuevos horizontes. Se escribe, en nuestros d�as, obras que, sin esta libertad, no ser�an posibles. La Jeanne d'Arc2 de Joseph Delteil, por ejemplo. En esta novela, Delte�l nos presenta a la doncella de Domremy dialogando, ingenua y naturalmente, como con dos muchachas de la campi�a, con Santa Catalina y Santa Margarita. El milagro es narrado con la misma sencillez, con el mismo candor que en la f�bula de los ni�os. Lo inveros�mil de esta novela no pretende ser veros�mil. Y es, as�, admitiendo el milagro �esto es lo maravilloso� c�mo nos aproximarnos m�s a la verdad sobre la Doncella. El libro de Joseph Delteil nos ofrece una imagen m�s ver�dica y viviente de Juana de Arco que el libro de Anatole France.

De este nuevo concepto de lo real extrae la literatura moderna una de sus mejores energ�as. Lo que la anarquiza no es la fantas�a en s� misma. Es esa exasperaci�n del individuo y del subjetivismo que constituye uno de los s�ntomas de la crisis de la civilizaci�n occidental. La ra�z de su mal no hay que buscarla en su exceso de ficciones, sino en la falta de una gran ficci�n que pueda ser su mito y su estrella.

 


NOTAS:

1 Publicado en Perricholi: Lima, 25 de Marzo de 1926.

2 Juana de Arco: L�ase el ensayo que Jos� Carlos Mari�tegui dedic� al libro de Joseph Delteil, en signos y Obras.