OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

EL ALMA MATINAL

   

  

EL HOMBRE Y EL MITO1

I

Todas las investigaciones de la inteligencia contempor�nea sobre la crisis mundial desem�bocan en esta un�nime conclusi�n: la civilizaci�n burguesa sufre de la falta de un mito, de una fe, de una esperanza. Falta que es la expresi�n de su quiebra material. La experiencia raciona�lista ha tenido esta parad�jica eficacia de con�ducir a la humanidad a la desconsolada convic�ci�n de que la Raz�n no puede darle ning�n ca�mino. El racionalismo no ha servido sino para desacreditar a la raz�n. A la idea Libertad, ha dicho Mussolini, la han muerto los demagogos. M�s exacto es, sin duda, que a la idea Raz�n la han muerto los racionalistas. La Raz�n ha ex�tirpado del alma de la civilizaci�n burguesa los residuos de sus antiguos mitos. El hombre occi�dental ha colocado, durante alg�n tiempo, en el retablo de los dioses muertos, a la Raz�n y a la Ciencia. Pero ni la Raz�n ni la Ciencia pueden ser un mito. Ni la Raz�n ni la Ciencia pueden satisfacer toda la necesidad de infinito que hay en el hombre. La propia Raz�n se ha encargado de demostrar a los hombres que ella no les bas�ta. Que �nicamente el Mito posee la preciosa vir�tud de llenar su yo profundo.

La Raz�n y la Ciencia han corro�do y han disuelto el prestigio de las antiguas religiones.

Eucken en su libro sobre el sentido y el valor de la vida, explica clara y certeramente el mecanismo de este trabajo disolvente. Las creaciones de la ciencia han dado al hombre una sensaci�n nueva de su potencia. El hombre, antes sobrecogido ante lo sobrenatural, se ha descubierto de pronto un exorbitante poder para corregir y rectificar la Naturaleza. Esta sensaci�n ha desalojado de su alma las ra�ces de la vieja metaf�sica.

Pero el hombre, como la filosof�a lo define, es un animal metaf�sico. No se vive fecundamente sin una concepci�n metaf�sica de la vida. El mito mueve al hombre en la historia. Sin un mito la existencia del hombre no tiene ning�n sentido hist�rico. La historia la hacen los hombres pose�dos e iluminados por una creencia superior, por una esperanza super-humana; los dem�s hombres son el coro an�nimo del drama. La crisis de la civilizaci�n burguesa apareci� evidente desde el instante en que esta civilizaci�n constat� su carencia de un mito. Ren�n remarcaba melanc�licamente, en tiempos de orgulloso positivismo, la decadencia de la religi�n, y se inquietaba por el porvenir de la civilizaci�n europea. "Las personas religiosas �escrib�a� viven de una sombra. �De qu� se vivir� despu�s de nosotros?" La desolada interrogaci�n aguarda una respuesta todav�a.

La civilizaci�n burguesa ha ca�do en el escepticismo. La guerra pareci� reanimar los mitos de la revoluci�n liberal: la Libertad, la Democracia, la Paz. Mas la burgues�a aliada los sacrific�, en seguida, a sus intereses y a sus rencores en la conferencia de Versalles. El rejuvenecimiento de esos mitos sirvi�, sin embargo, para que la revoluci�n liberal concluyese de cumplir se en Europa. Su invocaci�n conden� a muerte los rezagos de feudalidad y de absolutismo sobrevivientes a�n en la Europa Central, en Rusia y en Turqu�a. Y, sobre todo, la guerra prob� una vez m�s, fehaciente y tr�gica, el valor del mito. Los pueblos capaces de la victoria fueron los pueblos capaces de un mito multitudinario.

II

El hombre contempor�neo siente la perentoria necesidad de un mito. El escepticismo es infecundo y el hombre no se conforma con la infecundidad. Una exasperada y a veces impotente "voluntad de creer", tan aguda en el hombre post-b�lico era ya intensa y categ�rica en el hombre pre-b�lico. Un poema de Henri Frank, La Danza delante del Arca, es el documento que tengo m�s a la mano respecto del estado de �nimo de la literatura de los �ltimos a�os pre-b�licos. En este poema late una grande y honda emoci�n. Por esto, sobre todo, quiero citarlo. Henri Frank nos dice su profunda "voluntad de creer". Israelita, trata, primero, de encender en su alma la fe en el dios de Israel. El intento es vano. Las palabras del Dios de sus padres suenan extra�as en esta �poca. El poeta no las comprende. Se declara sordo a su sentido. Hombre moderno, el verbo del Sina� no puede captarlo. La fe muerta no es capaz de resucitar. Pesan sobre ella veinte siglos. "Israel ha muerto de haber dado un Dios al mundo". La voz del mundo moderno propone su mito ficticio y precario: la Raz�n. Pero Henri Frank no puede aceptarlo. "La Raz�n �dice�, la raz�n no es el universo".

"La raison sons Dieu c'est la chambre sans lampe".

El poeta parte en busca de Dios. Tiene urgencia de satisfacer su sed de infinito y de eternidad. Pero la peregrinaci�n es infructuosa. El peregrino querr�a contentarse con la ilusi�n cotidiana. "�Ah! sache franchement saisir de tout moment � la fuyante fum�e et le suc �ph�m�re". Finalmente piensa que "la verdad es el entusiasmo sin esperanza". El hombre porta su verdad en s� mismo.

"Si 1'Arche est vide o� tu pensais trouver la loi, r�en n'est r�el que ta danse".

III

Los fil�sofos nos aportan una verdad an�loga a la de los poetas. La filosof�a contempor�nea ha barrido el mediocre edificio positivista. Ha esclarecido y demarcado los modestos confines de la raz�n. Y ha formulado las actuales teor�as del Mito y de la Acci�n. In�til es, seg�n estas teor�as, buscar una verdad absoluta. La verdad de hoy no ser� la verdad de ma�ana. Una ver�dad es v�lida s�lo para una �poca. Content�mo�nos con una verdad relativa.

Pero este lenguaje relativista no es asequible, no es inteligible para el vulgo. El vulgo no suti�liza tanto. El hombre se resiste a seguir una ver�dad mientras no la cree absoluta y suprema. Es en vano recomendarle la excelencia de la fe, del mito, de la acci�n. Hay que proponerle una fe, un mito, una acci�n. �D�nde encontrar el mito capaz de reanimar espiritualmente el orden que tramonta?

La pregunta exaspera la anarqu�a intelectual, la anarqu�a espiritual de la civilizaci�n burgue�sa. Algunas almas pugnan por restaurar el Me�dio Evo y el ideal cat�lico. Otras trabajan por un retorno al Renacimiento y al ideal cl�sico. El fascismo, por boca de sus te�ricos, se atribuye una mentalidad medioeval y cat�lica; cree repre�sentar el esp�ritu de la Contra-Reforma; aunque por otra parte, pretende encarnar la idea de la Naci�n, idea t�picamente liberal. La teorizaci�n parece complacerse en la invenci�n de los m�s alambicados sofismas. M�s todos los intentos de resucitar mitos pret�ritos resultan, en seguida, destinados al fracaso. Cada �poca quiere tener una intuici�n propia del mundo. Nada m�s est�ril que pretender reanimar un mito extinto. Jean R. Bloch, en un art�culo publicado en la revista Europe, escribe a este respecto palabras de pro�funda verdad. En la catedral de Chartres ha sen�tido la voz maravillosamente creyente del lejano Medio Evo. Pero advierte cu�nto y c�mo esa voz es extra�a a las preocupaciones de esta �poca.

"Seria una locura �escribe� pensar que la misma fe repetir�a el mismo milagro. Buscad a vuestro alrededor, en alguna parte, una m�stica nueva, activa, susceptible de milagros, apta a llenar a los desgraciados de esperanza, a suscitar m�rtires y a transformar el mundo con promesas de bondad y de virtud. Cuando la habr�is encontrado, designado, nombrado, no ser�is absolutamente el mismo hombre".

Ortega y Gasset habla del "alma desencantada". Romain Rolland habla del "alma encantada". �Cu�l de los dos tiene raz�n? Ambas almas coexisten. El "alma desencantada" de Ortega y Gasset es el alma de la decadente civilizaci�n burguesa: El "alma encantada" de Romain Rolland es el alma de los forjadores de la nueva civilizaci�n. Ortega y Gasset no ve sino el ocaso, el tramonto, der Untergang. Romain Rolland ve el orto, el alba, der Aurgang. Lo que m�s neta y claramente diferencia en esta �poca a la burgues�a y al proletariado es el mito. La burgues�a no tiene ya mito alguno. Se ha vuelto incr�dula, esc�ptica, nihilista. El mito liberal renacentista, ha envejecido demasiado. El proletariado tiene un mito: la revoluci�n social. Hacia ese mito se mueve con una fe vehemente y activa. La burgues�a niega; el proletariado afirma. La inteligencia burguesa se entretiene en una cr�tica racionalista del m�todo, de la teor�a, de la t�cnica de los revolucionarios. �Qu� incomprensi�n! La fuerza de los revolucionarios no est� en su ciencia; est� en su fe, en su pasi�n, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, m�stica, espiritual. Es la fuerza del Mito. La emoci�n revolucionaria, como escrib� en un art�culo sobre Gandhi, es una emoci�n religiosa. Los motivos religiosos se han desplazado del cielo a la tierra. No son divinos; son humanos, son sociales2.

Hace alg�n tiempo que se constata el car�cter religioso, m�stico, metaf�sico del socialismo. Jorge Sorel, uno de los m�s altos representantes del pensamiento franc�s del Siglo XX; dec�a en sus Reflexiones sobre la Violencia; "Se ha encontrado una analog�a entre la religi�n y el socialismo revolucionario, que se propone la preparaci�n y a�n la reconstrucci�n del individuo para una obra gigantesca. Pero Bergson nos ha ense�ado que no s�lo la religi�n puede ocupar la regi�n del yo profundo; los mitos revolucionarios pueden tambi�n ocuparla con el mismo t�tulo". Ren�n, como el mismo Sorel lo recuerda, advert�a la fe religiosa de los socialistas, constatando su inexpugnabilidad a todo desaliento. "A cada experiencia frustrada, recomienzan. No han encontrado la soluci�n: la encontrar�n. Jam�s los asalta la idea de que la soluci�n no exista. He ah� su fuerza".

La misma filosof�a que nos ense�a la necesidad del mito y de la fe, resulta incapaz generalmente de comprender la fe y el mito de los nuevos tiempos. "Miseria de la filosof�a", como dec�a Marx. Los profesionales de la Inteligencia no encontrar�n el camino de la fe; lo encontrar�n las multitudes. A los fil�sofos les tocar�, m�s tarde, codificar el pensamiento que emerja de la gran gesta multitudinaria. �Supieron acaso los fil�sofos de la decadencia romana comprender el lenguaje del cristianismo? La filosof�a de la decadencia burguesa no puede tener mejor destino.

 

 


NOTAS:

1 Publicado en Mundial: Lima, 16 de Enero de 1925. Trascrito en Amauta, N� 31 (p�gs. 1-4), Lima, Junio-Julio de 1930; Romance, N� 6, M�xico, 15 de Abril de 1940 (con ex�cepci�n de algunos p�rrafos); Jornada, Lima 1� de Enero de 1946. E incluido en la antolog�a de Jos� Carlos Mari�tegui, que la Universidad Nacional de M�xico edit�, en 1937, como segundo volumen de su serie de "Pensadores de Am�rica" (p�gs. 119-124).

2 Se refiere a un art�culo inicialmente publicado en Variedades (Lima, 11 de Octubre de 1924) y despu�s incluido en La Escena Contempor�nea (p�gs. 251-259). All� plantea y enuncia su pensamiento en la siguiente forma: "Acaso la emoci�n revolucionaria no es una emoci�n religiosa? Acontece en el Occidente que la religiosidad ha bajado del cielo a la tierra. Sus motivos son humanos, son sociales; no son divinos. Pertenecen a la vida terrena y no a la vida celeste".